sábado, 31 de octubre de 2015

3. El cuervo enjaulado.

Nota: Tercer capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Padezco insomnio desde la primera noche que dormí en este pueblo maldecido por la locura. Ruidos en las profundidades de la oscuridad me despiertan cada día para mantenerme en alerta toda la noche. No consigo dormir más de cuatro horas seguidas. Mis ojeras han pasado a ser una parte más de mis complementos diarios, y mi raciocinio pierde su cordura por momentos.

Esta noche en especial, es la más aterradora a la que me he enfrentado hasta el momento. Parece ser que Dunwich celebra la víspera de todos los santos de una manera bastante particular. Las gentes del lugar se muestran especialmente nerviosas en esta época del año. No hay niños pidiendo caramelos por las casas, ni adornos que indiquen el disfrute de la festividad. La conmemoración en sí, olvida su carácter divertido para convertirse en un ritual purificador y religioso.


En esta época solo se realiza el acto que ellos denominan “el cuervo enjaulado”. Este ritual consiste en tapar las cabezas de los espantapájaros con calabazas talladas por sus habitantes para evitar que el mal se apodere de ellos en la noche más terrorífica del año. Según su filosofía, cada habitante tiene un espíritu maligno a sus espaldas, que aguarda al acecho de la víspera de todos los santos para poder hacerse con su cuerpo y realizar hechos deleznables a su costa. Según algunas voces, ya ha ocurrido en varias ocasiones por la zona, aunque no han querido darme detalles sobre lo sucedido.

No dispongo de datos suficientes para asegurar que estas afirmaciones sean certeras. Por su incredulidad me imagino que se tratará de otra clase de tradición y han querido meterme miedo con una historia fantasiosa en su lugar. Supongo que asustar al extranjero con historias tenebrosas sobre el pueblo en estas fechas les divierte, aunque ya es bastante horripilante ver a los lugareños trabajando en los espantapájaros para instaurarles una imagen aún más terrorífica de la que ya tienen de por sí.


Obviamente, a mí nadie me ha invitado a hacer este ritual, ni si quiera sé si había un espantapájaros esperando por una cabeza de calabaza tallada por mi propia persona. Si es así, siento no haber cumplido con mi deber, no iba a realizarlo de todas maneras. Si estoy en este pueblo es para investigar su historia, no para participar en supersticiones absurdas. Aunque creo que siempre me quedará la duda de si hay algo de verdad en estos testimonios.
En estos momentos no sé si es por la influencia de la madrugada, de la festividad, o de ambos, pero soy capaz de dudar hasta de mi propia sombra. Ni si quiera soy capaz de distinguir si los ruidos de ramas que están crujiendo detrás de mi ventana en estos instantes, son parte de mi imaginación, o son las manos de mi espantapájaros arañando el cristal en busca de mi alma. Sea como fuere, no pienso echar un vistazo. Quién sabe que oscuros horrores estarán ocurriendo al otro lado de la pared mientras escribo estas líneas.


Seguiré informando en los próximos días. Mientras tanto, tened cuidado con esta noche, se dice que hasta las almas más puras reciben el terror maldito de la mano de la oscuridad clareada por las calabazas iluminadas en el horizonte.
Con afecto.
Tomek Sikorski

miércoles, 28 de octubre de 2015

2. La incredulidad de los acontecimientos.

Nota: Segundo capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Mi situación en este pueblo fue desenvolviéndose hacia una especie de desamparo total con el paso de las horas. Mirase donde mirase, no encontraba un rayo de esperanza al que sostenerme. Todo era soledad, ruinas, y desesperación.

La gente del lugar parecía rehuirme de una manera extraña. Ni si quiera parecían curiosos porque un extranjero como yo, hubiese entrado en su territorio para investigar sobre el lugar. En el momento en que escuchaban mi fuerte acento del este, los lugareños me miraban de reojo y se marchaban sin decir ni media palabra. Solo una señora se dignó a contestarme para ofrecerme una habitación disponible en su posada. Pero, aunque intentó ser sociable con mi persona, se le notaba cierto aire inquisitivo, como si mi sola presencia pudiese desencadenar alguna terrible tragedia de la que quería librarse a toda costa.


En estos momentos de soledad, intento recordarme que si algo fue el desencadenante de mi marcha a Dunwich fue la búsqueda de la verdad. En incontables ocasiones me he encontrado con rumores que llegaban desde sus fronteras acerca de misterios que un razonamiento analítico no puede concebir. Lo que no pensaba es que esos rumores quedarían eclipsados por la más abrupta realidad.

Nunca llegué a imaginar por ejemplo, como algo tan ordinario como las calles de Dunwich, pudiesen estar cimentadas bajo el clima de la preocupación.

Sus vías deslustradas dan cuenta de la poca paz que reina en el corazón de esta tierra maldita. La mitad de las pequeñas tiendas que acampan a ambos lados de la calle, están cerradas, abandonadas a su suerte por alguien que buscó un destino mejor y que no lo encontró en estos parajes. Las personas desaparecidas se cuentan por centenares en los archivos del ayuntamiento, y no hay ninguna fuerza de la ley que investigué el porqué. Todos rehúsan a la hora de enfrentarse a estos hechos. Tan solo he oído decir que unos pocos valientes salen de noche a lo que ellos llaman la caza. Algo muy extraño ya que nunca pensé que la nocturnidad ayudara a cazar nada, y menos en estos terrenos estériles y polvorientos que rodean el lugar.


Pero si tuviese que señalar un punto en el que el misterio alcanza su significado más primitivo, diría que se trata del lago sin duda alguna.
Ese lugar inhóspito alberga una cabaña medio derruida donde los cazadores guardan parte de su armamento. Al parecer solo unos pocos tienen acceso a dicho establecimiento. Se dice incluso, que si te acercas sin acreditación puedes sufrir la muerte más espantosa a manos de cualquiera que se encuentre en los alrededores. Nunca pensé que los habitantes de Dunwich tuviesen humor para crear esta clase de relatos pero lo cierto es que da escalofríos.


Eso es todo por ahora, seguiré informando de mi avance en los próximos días. Si por casualidad acaban en este pueblo desamparado de la mano de dios, no se asusten de los alaridos dados en la distancia, pronto descubrirán que esa clase de cosas son las que te hacen ver que sigues con vida en el infierno.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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jueves, 22 de octubre de 2015

1. El encuentro.

Dunwich siempre había supuesto para mí un rumor, una ciudad fantasma de la que se dudaba si quiera su propia existencia. Sus historias, las que había tomado por inventadas y exageradas, me fascinaban, y como buen investigador me propuse conocer el paraje de la ciudad misteriosa, sin saber que con ello me adentraba voluntariamente en las mismísimas fauces del infierno.

Caí en este desolado lugar de la mano de un silencioso hombre que me recogió haciendo autostop y me dejó en mitad de la nada al amparo de mi sola supervivencia.


El aire era húmedo y pegajoso, y no creí ver gran cosa más que un camino desdeñado en medio de un bosque, así que lo seguí. Caminé lo que creo que fueron unos cinco kilómetros a ojo, hasta llegar a un puente en el que me flaquearon las fuerzas tan pronto como caí en su existencia. Era oscuro, estrecho, y estaba rodeado de la maleza silvestre que crecía a las afueras del bosque.

La sensación de desamparo que emitía, parecía no augurar nada bueno al otro lado. Pero sin más opción, me obligué a cruzarlo con la esperanza de encontrarme algo más habitado a su paso.
Fui con paso firme hacia su desembocadura, y una vez allí procuré avanzar con la mente en blanco, sin pensar si quiera en que los crujidos que emitía la madera pudieran llevarme a una muerte segura.

Dados unos pasos empecé a vislumbrar una pequeña silueta que fue creciendo a medida que la distancia me separaba de la entrada, perfilando un pequeño lugar cubierto por la niebla. Al otro lado del puente se encontraba Dunwich, ese lugar en el que las almas no se permiten llorar al miedo por el propio terror de que algo peor acuda a su llamada, ese pueblo en donde las casas ruinosas y destartaladas se cimientan sobre su terreno abrupto, mientras la iglesia da la bienvenida al sol, con sus columnas semi derruidas por el deterioro natural de la humedad y la desolación.


Este es el lugar en el que me encuentro, por favor, si encontráis este escrito, huid, no me busquéis, puede que para vosotros aun haya salvación, no la desaprovechéis buscando a un pobre lunático perdido en la ciudad bañada por la desolación.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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