jueves, 24 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Tercera parte).

Nota: Tercera parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

Pasé los siguientes días en medio de una constante vorágine metodológica. Las enfermeras atendían mis cuidados, y me proporcionaban medicinas diarias que escondía dentro de una almohada auxiliar oculta debajo de la cama. Sabía que algo no marchaba bien en ese lugar, todo su funcionamiento resultaba claramente extraño, y tampoco podría decir que me fiase mucho de sus trabajadores, pero reconocía que hacer algo en estos momentos sería una locura. No me encontraba en las condiciones más óptimas para hacer frente a lo que sea que estuviera detrás de todo este asunto, así que fui paciente y esperé el tiempo suficiente para poder volver a moverme con libertad nuevamente.

Ese día llegó en la víspera de navidad. Mis energías aunque no plenamente, se habían renovado lo suficiente como para poder levantarme de la cama y danzar libremente por la habitación. Desde que me habían quitado las correas me habían dado unos privilegios limitados a la hora de moverme. Mi habitación permanecía abierta a lo largo del día, pero por la noche el cerrojo se imponía en la puerta haciéndome prisionero hasta el amanecer.


Sabía hasta ese momento, a qué hora más o menos, se producía tal fenómeno. Solía ser hacia las diez de la noche, en cuanto me retiraban la bandeja de la cena, y me obsequiaban con la última tanda de medicamentos inútiles que jamás ingería. Ese era el momento decisivo. Si lograba escapar antes de que cerraran la habitación con cerrojo, podría irme tranquilamente, que hasta la mañana siguiente no se darían cuenta de mi ausencia.

El problema residía fundamentalmente, en cómo lograr retener el cierre sin que nadie se enterase. Era fundamental no dejar ni un cabo suelto, no podía arriesgarme a atacar a la empleada encargada del turno de noche, por miedo a futuras represalias. Debía tener el más sumo cuidado para que todo saliese bien. Por ello, el día de nochebuena se me presentó como la noche más factible a todas ellas. Por la mañana, una enfermera con un aspecto un tanto enfermo, vino a informarme de que se celebraría una cena en el comedor central, y dada mi mejoría y comportamiento, podría asistir si lo desease. Me quedé pensativo, sin confirmar nada mientras me realizaba los cuidados diarios. Si asistía, podría salir de esta habitación y con un poco de suerte, ver a Henry, y si se diese el caso, podría esperar el momento oportuno y huir, mientras todos estaban en la cena dichosa. Era el plan perfecto para escapar de ese infierno blanco. Además, así también podría encontrarme con Henry y hablar con él para saber cómo se encontraba, y probar que mis recuerdos eran ciertos.

Al confirmarle mi asistencia, la enfermera me apuntó en una especie de lista que llevaba encima y me dio la información necesaria para asistir a la comida, a la que, por causas del destino, nunca acudiría. Debía de ir por un pasillo concreto sin desviarme a las nueve en punto para llegar a tiempo al reparto de mesas. Parecía algo sin sentido que me dejasen campar a mis anchas por el hospital después de lo ocurrido, pero al salir de mi habitación para encaminarme al comedor, supe el porqué de esta decisión.

Según crucé la puerta me encontré con un pasillo oscuro, y sin vida. No tenía nada que ver con la simpleza que reinaba en mi cuarto, en él se encontraban carritos, papeles y lo más sorprendente, campanillas de aspecto bastante deteriorado, por el suelo en un caótico desorden.

El silencio era aplastante, y en el aire podía notarse un cierto matiz a carbón. Sea lo que fuera esta planta, poco tenía que ver con la de un hospital. No se veía a nadie por los alrededores, por lo que avancé yo solo, con cuidado de no tropezar con ningún objeto hasta llegar al final del pasillo donde se encontraban unas escaleras que solo ascendían. Debía estar en una especie de sótano. Me encaminé hacia ellas, y en cuanto me dispuse a abrir su puerta de acceso descubrí que estaba encallada. Era imposible de abrir. Con resignación, seguí intentando desatascarla pacientemente mientras las palabras del doctor Hyter me venían a la mente: - “El señor Jameson se encuentra en la segunda planta del sanatorio”. Si lograba acceder a ella, podría ver a Henry antes de la cena, e idear un plan juntos sin que nos descubriesen.


Después de comprobar que la puerta no podía ser abierta de ninguna de las maneras, me dispuse a enfocar mi camino hacia la segunda planta por otros medios. El pasillo apenas tenía visibilidad, y comenzaba a sentir un frío incómodo. Algo no iba como debería en esa clase de sala. Podía sentir el mal acechando en cada esquina, pero si quería centrarme en salir de aquí, debía ignorarlo.

Busqué algo que me indicase la salida cuando di con una especie de tablón de información en el otro extremo de la pared. Me acerqué y en cuanto estaba fijando mi vista en una especie de mapa cubierto de una suciedad intensa, un crujido resonó a mis espaldas entre la profunda oscuridad.
Sin saber muy bien el porqué de su origen, ladee la cabeza en busca de su procedencia. Creía que no había nadie más en esta planta, pero no sería de extrañar que algún sanitario deambulase por la zona para comprobar que todo estaba en orden. Busqué con la mirada algún signo de vida entre esa perpetua quietud, pero no había nadie. Estaba completamente solo.

Con cautela, di media vuelta y me quedé observando el oscuro pasillo. Estaba tan poco iluminado que apenas podía vislumbrar la doble puerta que daba al lado contrario, y desentonaba enormemente con el resto de la sala. Estaba tan absorto en subir a la cena, que no me había percatado de su presencia. Intrigado, me dispuse a ver que había al otro lado de su entrada pero entonces otro sonido, más fuerte que el anterior, resonó en su interior.

Me quedé petrificado en el acto, parecía que alguien estaba manipulando la puerta desde dentro. Intenté buscar un escondrijo rápidamente con la mirada por si la puerta era echada abajo, pero el tiempo corría en mi contra. Los ruidos comenzaron a ser consecutivamente simétricos. Como si alguien estuviera utilizando su cuerpo como arma arrojadiza contra la presión del pórtico. No podía seguir buscando, necesitaba moverme urgentemente. Con una apresurada carrera intenté regresar a mi habitación, pero alguien había cerrado la puerta con llave. No podía creer lo que estaba pasando. Nadie había estado en el pasillo mientras yo me encontraba fuera. ¿Cómo habían logrado echar la cerradura sin que yo me percatase de su presencia? Mientras intentaba buscar una explicación lógica a todo esto, la puerta crepitaba con cada sonido haciéndola vencer un poco más cada vez. Estaba perdido. Intenté sin éxito imitar a mi acosador y romper la puerta de mi habitación, pero estaba demasiado débil como para lograrlo, así que cambié la dirección de mi plan, y me dispuse a correr hacia las escaleras para poder huir a la planta superior, pero en cuanto me di la vuelta, la puerta quebradiza fue vencida, y de ella salió un grito familiar que exclamaba mi nombre.
Era Henry, y no estaba solo.
Continuará...
Siguiente capítulo

jueves, 17 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Segunda parte).

Nota: Segunda parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

No podía creer lo que estaba escuchando. Miré al doctor con cara de desconcierto, mientras él proseguía la explicación de mi supuesta paranoia -“Padece usted, un trastorno psicótico que le impide distinguir lo que es real de lo que no. Se imagina cosas y cree que las vive con todo lujo de detalles, pero no es así señor Sikorski. Lo que usted cree que existe, en verdad son fantasías producidas por su acrecentada imaginación. Se lo he intentado explicar millones de veces, pero su cerebro se niega a procesar la cruda realidad.- Sus frías palabras estaban llenas de una soberbia mandataria muy poco típica de su profesión. Podía sentir lo insignificante que era para aquel hombre todo mi sufrimiento. Todos mis temores y desdichas, eran para él un papel mojado sobre el que depositar toda munición clínica, para acabar hundiéndolo en el insondable océano de la locura.


Sus palabras hicieron brotar en mí un desconsuelo acrecentante. Intenté sin éxito, rebatirle sus comentarios desde mi limitada posición, pero él frenó mis esfuerzos con un ademán autoritario. Esta conversación se estaba volviendo de lo más kafkiana, ni si quiera estaba dispuesto a escuchar mi opinión sobre el asunto.

Desesperado alcé la voz exponiendo mi derecho a réplica, pero con el mismo tono airoso, volvió a dejar en evidencia mi cordura con sus palabras. - “Señor Sikorski, tranquilícese. Sé que está confundido, pero no le estoy mintiendo. Todos los análisis realizados durante este mes de hospitalización avalan mi versión de los hechos. Por favor, deje de intentar rebatirme. No soy una de sus amenazas paranoicas. Soy solo un médico que trata a un paciente que está mentalmente desequilibrado”-.

En el momento en que expuso el término “mentalmente desequilibrado” desistí de mis esfuerzos por defender mi versión de los hechos, y comencé a sospechar. Sabía muy bien por lo que había pasado. Los duros momentos que viví antes del amanecer. Nadie podía convencerme de lo contrario. Además, tenía secuelas físicas que lo probaban en ese mismo instante. Así que, por más que ese hombre se inventase un diagnostico falso, sabe dios a que fin, no iba a darme  por vencido tan fácilmente. - “¿y qué me dice de mis heridas?”- expuse sin cierta premura para no dar signos de desesperación- “Si lo que dice es cierto ¿Cómo iba a autolesionarme de esta manera?”- Acompañé mis palabras con un gesto de cabeza apuntando hacia mi cuerpo mal herido y me quedé mirando su inexpresiva cara a la espera de su respuesta. Esperaba que al menos en este punto me diese la razón dada la consistencia de mis argumentos, pero no lo hizo, simplemente se limitó a contestarme lacónicamente, sin abandonar su postura principal. -Señor Sikoski, esas lesiones son el resultado de su intento de fuga. Créame, usted hace verdaderas locuras a la hora de intentar salir de este lugar. Los sanitarios están acostumbrados a encontrarle en esa clase de estados.”- dicho esto realizó una pausa para ajustarse las gafas y sopesar sus palabras. Era extraño verle comportarse de esa manera tan metódica cuando tenía un cuerpo claramente, preparado para el ataque. No descarté la idea de que sus movimientos espontáneos fuesen una simple interpretación.


- “Lo siento pero no creo una palabra de lo que me está diciendo”- comenté con el tono más sereno que pude emplear en esos momentos de desdicha. - “Simplemente, me parece imposible que algo así pueda estar sucediéndome. Se quién soy, y se lo que me ha ocurrido, así que le ruego que haga el favor de decirme la verdad, en vez de estar soltándome esta sarta de mentiras”- Esperé a que volviese con su retahíla médica de siempre pero esta vez su contestación fue diferente. Pude observar como sus gestos nerviosos delataban que algo no iba como él tenía previsto. Su mirada se apartó de mi cara y viajó hasta la mesita donde precipitó la carpeta que sostenía con cierta violencia, dejando a la vista un extraño tatuaje que le sobresalía de la manga de su bata. Fue un instante pero gracias a su resignación pude vislumbrar la tinta que adornaba su piel con un extraño símbolo que me resultaba familiar.

Se le veía claramente resignado, se tomó unos instantes antes de volver a su posición inicial y retomar la conversación. Yo esperé pacientemente en mi posición mientras observaba como un pensamiento le rondaba la cabeza mientras intentaba recomponerse. Finalmente me miró de nuevo, y dijo algo que me desarmó por completo. -”Muy bien señor Sikorski, le seguiré el juego a ver si así entra en razón. Si es cierto que usted ha pasado la noche entre las lindes del bosque, dígame una cosa. ¿Dónde está el camafeo que dice haber encontrado en una rama de un árbol?”- Se quedó quieto, demasiado quieto esperando mi respuesta. Saboreando el triunfo que se le anticipaba. Era cierto, había encontrado un camafeo en los umbrales del bosque. Yo mismo había hablado de ello mientras relataba el horror en el que había vivido en esa noche maldita. Entonces, ¿dónde estaba? Podía haberse caído en algún momento cuando me dejé caer al vacío, o podría haberlo perdido en la cabaña de Henry. Fuera como fuese, no lo tenía conmigo en ese momento, de eso estaba seguro. Atónito, miré al doctor sin saber muy bien que decirle. Esa pregunta no tenía una solución posible para mi beneficio. Ambos lo sabíamos. Así que, dado por satisfecho al ver mi desasosiego, el doctor Hyter se levantó de su asiento y se dispuso a desatarme al fin. - “Nosotros no somos los malos señor Sikorski, simplemente cuidamos de los que no pueden ver la luz. Piense en ello.”- terminó de desatarme, y con un ademán airoso se dispuso a salir de la habitación, no sin antes despedirme y recordarme que no olvidase tomarme el tratamiento que la enfermera había depositado en mí mesita con anterioridad. Sobra decir que por supuesto, no lo hice.
Continuará...
Siguiente capítulo

viernes, 11 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Primera parte).

Nota: Séptimo capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Me desperté en una fría y blanca habitación de hospital. Unas cuantas vendas cubrían mi cuerpo, y una especie de gotero colgaba del techo hasta mi brazo izquierdo. Había sobrevivido y aun no sabía cómo. En cuanto la bestia me soltó creí entrar en los mortuorios brazos de la muerte. Sin embargo, aquí me encuentro, entre tratados médicos y respirando sin mucha dificultad. Si esto no es un milagro, ha faltado poco para que lo fuese.

Me sentía agotado. Tenía un dolor de cabeza inmenso y las articulaciones agarrotadas. Probé a incorporarme a ver si así me descongestionaba un poco, pero una especie de correas atadas a mis extremidades me lo impedían. Era de lo más extraño, si apenas podía moverme ¿para qué iban a atarme? Con una serie de movimientos de muñeca intenté zafarme de ellas pero me fue imposible, quien quiera que las hubiese ajustado, lo había hecho bien. No era capaz de librarme de ellas por más fuerza que hiciese. Lo único que conseguía era rasgarme la piel sujetada por el cuero, así que resignado, abandoné dicha idea, y me dispuse a buscar nuevas vías menos dañinas de autoliberación.


Una especie de enfermera vino a visitarme a la media hora. Yo seguía en uno de mis intentos por zafarme de mis ataduras pero no pareció importarle. Con un vistazo rápido a mis heridas me sugirió que parase de autodañarme de esa manera o no me soltarían nunca, así que ante la perspectiva del castigo, dejé mis vanos esfuerzos por liberarme y le pregunté cuando podían soltarme para poder estar más cómodo, pero no supo darme una respuesta concreta, simplemente me dijo que esas cosas eran competencia del doctor Hyter. Le insistí en que al menos me dijera el por qué me habían atado de esa manera, y lo más importante, quien me había llevado hacia este especie de sanatorio desde la cabaña en la que me encontraba, pero rehusó nuevamente, de contestarme. De mala gana, como si le desagradase la conversación, me reiteró que ella no tenía autoridad para responder a ninguna de mis preguntas, solo se encontraba allí para atender mis cuidados más básicos.
Por su actitud esquiva y arrogante, supe de inmediato que no iba a contarme nada que quisiera saber, así que no tuve más remedio que abandonar el interrogatorio y aguardar la llegada del médico en silencio, mientras ella me aplicaba los cuidados necesarios.


El médico en cuestión, apareció por mi habitación unos minutos después, con paso tranquilo y una carpeta en la mano. Era bastante alto y de complexión claramente atlética. Me extrañó que una persona de esa complexión se dedicase al mundo de la medicina, pero dadas las circunstancias excepcionales de este pueblo, no me sorprendía que gente como él dedicara un tiempo al entrenamiento físico, para defenderse de la maldad que acechaba al pueblo, si se diese el caso.

Con un ademán sombrío me observó con cautela desde la puerta mientras se ajustaba las gafas, y se acercó a mi camastro. Parecía algo ido, como si no estuviese observando a un paciente sino lo que podría haber detrás de él. Estaba claramente incomodo, con una sonrisa forzosa, se sentó en una silla a mi lado dispuesto a tomar notas de mi estado. -”Buenos días señor Sikorski, dígame, ¿cómo se encuentra? Según el informe del médico de guardia tiene usted numerosas contusiones en diversas partes del cuerpo, incluyendo la zona occipital y frontal de la cabeza, dos costillas rotas, numerosas contusiones...- acabó de echar un vistazo rápido a los papeles que tenía entre sus manos y con un golpe rápido, cerró la carpeta, y se centró en mi persona.- “Por lo que veo no ha pasado una noche tranquila ¿Podría hacerme el favor de contarme que le ha ocurrido para acabar en este estado?”.

A cada gesto que hacía me desconcertaba más si cabía, creía que me examinaría como sería lo habitual, no que se pusiese a charlar conmigo como haría un simple visitante. Esto empezaba a ser de lo más extraño, ¿qué era lo que le ocurría a esta gente? Confundido, relaté todo lo sucedido, buscando las palabras más acertadas para explicarme con claridad. Lo ocurrido durante el ataque a la ciudad, mi seguimiento de los rastros de sangré en el bosque, el ataque de las criaturas nocturnas, mi huida infructuosa que acabó en una caída peligrosa. La cabaña de Henry...

En el momento que mencioné su nombre caí en la cuenta de que él también había sido atacado a última hora de la noche. ¿Se encontraría bien? ¿Habría perdido la vida a manos de esa horrible criatura?. Con un ademán de dolor debido al movimiento brusco efectuado por la sorpresa, corté mi declaración para preguntarle al doctor Hyter por mi amigo, pero en lugar de una respuesta me explicó que me contaría todo lo ocurrido con mi amigo cuando terminase de hablar, así que me apresuré a contar el final de mi rocambolesca historia para que él comenzase a darme respuestas.

En el momento en que finalicé mi relato el doctor despegó los ojos de mi, y se tomó su tiempo en tomar alguna nota de sus observaciones. Esperé pacientemente, necesitaba respuestas pero también sabía que sería inútil insistirle más. Al fin, cuando terminó su trabajo, me observó con aire taciturno, y por fin comenzó a hablar. - “Bueno señor Sikorski, me alegro de que al menos su mente se encuentre tan despierta como para relatar toda esa serie de acontecimientos, sin titubear si quiera.”- hizo un ligero ademán escéptico con la cabeza y prosiguió- “respondiendo a su pregunta, el señor Jameson se encuentra estable, en una condición física similar a la suya, en la segunda planta del sanatorio”- señaló con su bolígrafo hacia el techo para indicarme su ubicación, y prosiguió- “Esta vez han tenido suerte señor Sikorski, los empleados de vigilancia les encontraron en un estado más que deplorable. De no ser porque les aplicaron los cuidados médicos correspondientes a tiempo, habrían perdido sus vidas. Debería darles las gracias en cuanto los vea de nuevo”.- Afirmé rotundamente ante sus palabras -”Tiene usted razón doctor Hyter. Esas personas han estado ahí afuera jugándose la vida ante esas terribles criaturas para rescatarnos del destino de la muerte. Merecen todos mis respetos”.- Mi convicción pareció decepcionar sus expectativas, pues en cuanto terminé de hablar, el doctor negó visiblemente ante mis palabras, y con un tono derrotista expuso algo que cambiaría mi mundo para siempre.

 - “Señor Sikorski, por favor, no me haga repetírselo más veces. Esas extrañas criaturas de las que habla, no existen. Solo están en su cabeza, al igual que el resto de las aventuras que nos relata cada día”.

Continuará...
Siguiente capítulo

viernes, 4 de diciembre de 2015

6. Extraños visitantes (Segunda parte).

Nota: Segunda parte del sexto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del sexto capítulo pulse aquí: Primera parte

En el momento en que observamos a esos monstruos intentando abrirse paso a través de las paredes, supe que era nuestro fin. Eran demasiados como para que pudiésemos hacerles frente.  Henry también lo pensaba, se lo notaba en la mirada, pero decidió no rendirse. Con una determinación insuperable se limitó a recoger el mayor número de armas posibles mientras me indicaba que hiciese lo mismo.

-No te preocupes Tomek- me decía -son esencialmente criaturas nocturnas. La luz les afecta a los globos oculares así que no tardarán en batirse en retirada en cuanto amanezca. Solo tenemos que controlar las salidas hasta entonces, y todo irá bien. Yo vigilaré la parte delantera, tú ve a la trasera, y no dejes que ninguno de esos jodidos monstruos se atreva a entrar.-.

Obedecí, que remedio me quedaba. Nuestras vidas dependían de ese momento, no tenía tiempo a que mis temores se adueñasen de mi mente. Sin pensarlo muy bien, recogí una escopeta, junto con un par de cuchillos, y me dirigí a la parte posterior de la casa donde me esperaba una sorpresa de lo más desagradable.

Dado que la zona posterior estaba más escondida no me había percatado hasta ese momento, de que algo había sucedido en su interior. La ventana que reinaba en la pared estaba completamente rota, solo se salvaban un puñado de cristales incrustados en su marco, el resto estaban esparcidos por el suelo, mostrando con su presencia, un escenario de lo más dantesco.

Alguien o algo había entrado en el lugar, ¿pero cuándo? ¿Fue durante el tiempo en que mi inconsciencia estuvo presente? ¿O fue en el momento en que escuchamos el intenso ruido que venía del exterior de la casa? Fuera como fuese, algo podía encontrarse entre nosotros, y atacarnos en cualquier momento.


Este hecho cambiaba toda la situación. Creía que estábamos protegidos pero podíamos haber tenido entre nosotros un intruso durante todo este tiempo. Podía ser, incluso, que fuera cierto que alguien estuviese observándome mientras dormitaba en la noche. Esta cabaña en ningún momento fue un lugar seguro para nadie.

Comencé a palidecer. No podía moverme de donde estaba. Tenía la sensación de que si me aventuraba a inspeccionar, me vería sorprendido por las criaturas nocturnas que nos acechaban en las afueras. Debía controlar la situación desde mi posición, y alertar al mismo tiempo, a mi compañero que estaba al otro lado de la casa.

Con una altitud de voz elevada y la mayor de las premuras, alerté a Henry lo ocurrido, sin dejar de vigilar a mí alrededor. Pero mi extraño salvador, como de costumbre, no dio señales de preocupación alguna, simplemente se limitó a decir que esa ventana estaba así desde siempre, se había roto durante una trifulca pasada hacía años, pero como era la parte que daba al lago, no se instauró un nuevo cristal. Las criaturas nunca se aventuraban a meterse en las aguas frondosas del lago, así que era una zona segura.

Un intenso alivio se instaló en mi pecho. No podía creer que sucediendo las cosas que ocurrían en este pueblo, esa ventana no fuese reparada inmediatamente. Era de locos, pero por la información que me había proporcionado, parecía un buen sitio para atrincherarse. Un punto estratégico desde donde defender la cabaña sin el miedo de ser atacado desde un punto ciego. Con cuidado, fui acercándome poco a poco hacia el punto damnificado, para obtener una visión más periférica de la cabaña desde un lugar seguro.

Me situé como pude a espaldas de la ventana con especial cuidado de no rozar con ningún cristal, y me dediqué a vigilar las entradas. Las criaturas arañaban la madera pero no lograban atravesarla.
Podía ser que no lo lograran a tiempo. La luz que se filtraba a través de las ventanas, era la más oscura de las vistas hasta ahora, en esa noche demencial. El amanecer se acercaba, y parecía que nuestros escabrosos amigos lo sabían. Se les notaba nerviosos en sus actos, y sus gritos dejaban entrever la frustración que estaban sintiendo al no alcanzar su objetivo. Aun no comprendía porque la luz les afectaba, pero parecía que Henry tenía razón, estaban apurando sus últimos momentos para darnos caza infructuosamente, sin lograr atravesar los muros que nos separaban.

Podía haber esperanza para nosotros. Solo debíamos esperar unos minutos más. Con la figura de Henry siempre presente delante de mí, me dejé apoyar en el marco acristalado con un suspiro. Mis manos se arañaron superficialmente con sus bordes puntiagudos pero en ese momento me daba igual, estaba lo bastante herido como para que unas gotas de sangre más, me enturbiasen ese momento. Fue entonces cuando sin yo saberlo, el olor de dicha sangre alertó de mi presencia a la más temible criatura vista hasta la fecha.


Todo comenzó con el crujir de la madera tan habitual en estos lugares. Mi zona comenzó a repiquetear con un sonido sordo, en el techo, que se acercaba con premura. Al oírlo, di cuenta de que algo estaba ocurriendo pero no le di importancia. Estos sonidos ocurrían con frecuencia en las casas viejas, y más si una persona estaba apoyado contra sus paredes. Estaba seguro de que debía de ser la consecuencia de mi peso contra la madera, así que con dificultad, volví a incorporarme para evitar más destrozos, pero justo en ese momento, unos brazos salidos del cielo de la ventana, envolvieron mis hombros, e intentaron alzarme del suelo hasta sus dominios desconocidos.

Eso me pilló por sorpresa. Forcejeé mediante gritos e intenté soltarme, pero solo conseguí que la escopeta se resbalase de mis manos, y que la criatura me incrustase sus garras con más fuerza, en mis hombros.

Sentía como con toda su fuerza intentaba ascenderme por el hueco de la ventana. Era incapaz de lograr un punto de apoyo que me diese la opción de ofrecer resistencia, pero entonces, los cristales sobrantes del marco se aferraron a mi espalda y frenaron mi ascenso de una manera abrupta. Un alarido de dolor salió de mi garganta acallando los gritos de Henry que acudía en mi ayuda con premura, dejando la zona delantera desprotegida.

En cuanto llegó a mi posición, intentó hacer resistencia tirando de mis piernas hacia el suelo pero de repente, una de las criaturas surgió de entre las sombras y fue directamente hacia él, haciendo que me soltase en el acto. Las sospechas se confirmaban, no estábamos solos. La presencia que sentí en mi inconsciencia era real. Simplemente estaba esperando el momento óptimo para atacar.

Las manos viscosas que me aferraban aprovecharon la situación y tiraron de mí con más fuerza. La carne comenzaba a desgarrarse entre los cristales, y la sangre comenzaba a empapar mi camisa. Me sentía mareado y desesperado. El dolor nublaba mis sentidos haciéndome incapaz de encontrar una solución a tal asalto. Era imposible librarse de su ataque desde esta posición, y estando en tal estado. Estaba totalmente acabado.

Fue entonces cuando supe que iba a morir. Había burlado a la muerte demasiadas veces en esa noche maldecida, como para tentar a la suerte una vez más. No había nada más que pudiese hacer más que luchar para al menos intentar llevarme a ese monstruo del averno, conmigo.

Ese sentimiento se arraigó en mí de una manera impertérrita. Me parecía la manera más honrosa de morir dadas las circunstancias. Si iba a perder la vida, al menos que fuera luchando con honor.

Con esta gran determinación como meta, y haciendo acopio de mi último aliento, agarré uno de los cuchillos que tenía instalados en mi cinturón y comencé a intentar asestar puñaladas a mi contrincante ciegamente. Algunas fueron erráticas, otras no.
Según le iba asentando el frío acero en su piel, podía sentir como su agonía comenzaba a estar presente. Sus gritos comenzaron a ser más intensos, se movía de forma errática, y sus manos comenzaban a flaquear. Mi ataque estaba funcionando. La bestia se estaba desmoronando ante mi.

Eso no hizo más que acrecentar mi valía, seguí intentando alcanzar a mi captor con todas las fuerzas que me quedaban hasta que sentí la liberación de su agarre, dejando caer mi cuerpo en el suelo negrecido de la cabaña. Había vencido al terror. O al menos de momento. Por fin, libre de todo mal, abracé la inconsciencia con tal agrado que mi sonrisa se vio reflejada por los primeros rayos de sol, sin preocuparme por lo que me depararía el día venidero.

Eso es todo por hoy, si por casualidad encuentran rastros de sangre en la ciudad, por favor, manténganse alerta y sean cuidadosos. Nunca se sabe lo que le puede esperar a uno al final del camino de la curiosidad.
Con afecto.
Tomek Sikorski