viernes, 27 de noviembre de 2015

6. Extraños visitantes (Primera parte).

Nota: Sexto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1


Intenté levantarme pero mi anatomía estaba demasiado dañada como para obedecer órdenes. No lograba mover ni un músculo de mi cuerpo. Grité para que alguien acudiese en mi ayuda pero nadie salió a mi encuentro. Fuera quien fuese quien me hubiese rescatado no se encontraba a mi lado en estos momentos. Me sentía cansado, y apenas podía mantener los ojos abiertos, así que vencido por mi estado físico, me dejé caer en la inconsciencia con los ojos entrecerrados.

Mientras me hundía en mí mismo, notaba como la estancia se abría paso ante mí, a través de mis sentidos agudizados por la penumbra que reinaba en el ambiente. Olía a humedad, a madera, y a lo que parecía ser ceniza. Aunque no sabría discernir de donde venía cada efluvio. Era incapaz de vislumbrar más allá de lo que la luz de la ventana me dejaba entrever.

El sonido de un teléfono resonando en la lejanía me acompañaba, o eso creía escuchar. Mi mente estaba demasiado nublada para encontrarse plenamente en una consciencia natural. Dormitaba a cada rato que pasaba, y me despertaba aterrorizado por la tensión que aún seguía carcomiéndome por dentro.


A pesar de saber que estaba solo, sentía como si alguien me estuviese observando desde la lejanía, analizando mi situación. No podía detener el pensamiento de que en cualquier momento, una de esas horribles criaturas me asaltaría para darme muerte. No podía seguir con esa ensoñación tortuoria, así que, ayudándome con lo que parecía una mesa que estaba a mi lado, me levanté con dificultad y busque a tientas el interruptor de la luz para poder iluminar la estancia.

En cuanto se alumbró la habitación me di cuenta de que estaba equivocado en mis predicciones. La cabaña era completamente diferente a como me la esperaba. El olor a ceniza que creía haber detectado, no era tal, sino más bien olor a pólvora. Pistolas, fusibles, y todo tipo de munición colgaba de las paredes como si se tratase de un escaparate. El desorden en general, reinaba en el ambiente. Viejos papeles, velas, y demás utensilios estaban desperdigados por el lugar. Fue un esfuerzo dado el desorden y mi condición física, sortearlos sin causar algún desastre. 

Con dificultad me moví por la estancia hacia una ventana para poder ubicarme en las desconocidas lindes del pueblo. Me encontraba a las orillas del lago, justo en frente de la cabaña de los cazadores que había descubierto en mis primeros días en el pueblo.

Por lo que el hueco me dejaba entrever, si avanzaba en diagonal por un camino sinuoso podría llegar hasta mi hogar. Parecía sencillo. El problema estaba en los seres que me había encontrado con anterioridad. Podrían seguir al acecho en cualquier rincón del bosque. Necesitaba poder localizarlos desde la lejanía para buscar una ruta alternativa. 

Mi primer instinto fue inspeccionar los alrededores a través de los cristales, pero mi visión desde ese ángulo era demasiado limitada. No lograba vislumbrar más de una parte de la facción que me rodeaba. Si quería observar en conjunto los diversos caminos que se pudiesen aprovechar, necesitaba situarme en el exterior.

Sabía que era arriesgado, era plenamente consciente de que no era la opción más segura para un momento como este, pero tenía que hacerlo si quería marcharme de este lugar. Así que, armándome de valor y de una pistola que encontré colgada en el lugar, me aventuré a salir a la entrada de la cabaña a idear un plan de escape que me llevase de nuevo a mi morada. Pero justo cuando abrí la puerta principal, una figura envuelta en la oscuridad estaba al otro lado, con una vieja hacha ensangrentada colgando de su mano. En cuanto me vio, no hizo gesto alguno de sorpresa, solamente se limitó a decir: -”¿tan pronto deseas morir?”-.


Mi primera reacción fue apuntar torpemente, con la pistola a la figura misteriosa. No había disparado un arma en mi vida pero había vivido lo suficiente como para que esos juicios moralistas quedasen relevados a un segundo plano cuando la supervivencia estaba en juego. 

Sin embargo, mis actos no parecieron tener la más mínima repercusión en su templanza. Al verme encañonarlo, la extraña figura retiró sin esfuerzo el arma de su cercanía y entró sin premura en la cabaña descubriendo con ello, su identidad.

Al verlo me quedé estupefacto. No podía salir de mi asombro. Reconocía a aquel hombre, vivía conmigo en la posada en la que me hospedaba. Incluso nos había tocado juntos en el reparto de las barricadas, en el fatídico día donde el pueblo fue atacado durante la noche, junto con la posadera en el sector este de la casa. 

El también parecía haberme reconocido, entró en la cabaña saludándome con un ademán airoso, y al ver que la sorpresa reflejada en mi cara no se esfumaba, se paró a tenderme la mano y se presentó.

Al parecer se llamaba Henry Jameson, y era habitante de Dunwich desde que tenía uso de razón. Parecía familiarizado con las armas, y con las heridas, ya que él mismo parecía sacado de una guerra sin cuartel, y tenía una extraña cicatriz a un lado de la cara que daba cuenta de que no siempre había salido victorioso de sus batallas. Sin dar una explicación sobre lo que le había ocurrido, avanzó entre los trastos esparcidos por la sala, y me ofreció un trago en esa fría madrugada impoluta.

- “Sabía que algo así terminaría por ocurrirte”- me dijo mientras colocaba un vaso de un licor blanquecino a mi lado- “se lo comenté al ama de llaves en cuanto te vi levantarte a salvar a esa pobre muchacha. Menuda desgracia”. - de un trago logró beberse el licor con una asombrosa facilidad. Intenté imitarle en desmedida dando un pequeño sorbo, pero enseguida retiré el vaso de mi boca. Parecía como si me estuvieran rociando con fuego la garganta. Al ver mis estremecimientos pareció divertirse, y en tono jocoso me soltó- “vaya, ¿tú no eras del este? Creí que un trago de licor de patata te despejaría las ideas. Vamos, que no se diga, esto es salud para el corazón”.- y con otro ademán siguió bebiendo arrastrándome con él a la neblina de la conciencia.


En el tiempo que estuvimos hablando me puso un poco al día de todo lo ocurrido. Él estaba en la cabaña preparando sus armas cuando escuchó unos ruidos en el exterior, salió a ver qué ocurría y me encontró medio colgando de un abeto a unos metros del suelo. Me recogió y trató mis heridas con más alcohol de patata, y fue a dar caza a mis atacantes para que no tuvieran la opción de bajar a las cabañas. 

Este último dato me dejó totalmente descolocado. Me parecía increíble que hubiese podido dar caza a esas dos criaturas solamente con el hacha que llevaba en la mano. Pero al parecer, lo hacía de continuo junto con el grupo de personas denominados “los cazadores”. Juntos, velaban en sus posibilidades en pos de que las criaturas no alcanzaran el pueblo. Aunque les resultaba francamente difícil porque según sus palabras no estaban solas. Eran los peones de algo más grande. Un ser que tenía el control sobre los horrores sucedidos en el pueblo. 

- “No puedo contarte nada sobre él. Literalmente, no tenemos ninguna información sobre su condición física, su apariencia, o sus costumbres. Ni si quiera parece tener un nombre. En los escritos de los antiguos cazadores solo se advierte de una criatura marina espantosa. Por eso cerramos el lago hace años. Pero sobre este infierno terrenal no hay nada escrito. Nadie que lo haya visto ha regresado jamás. A lo largo de estos años hemos barajado muchas teorías pero poco sabemos de su existencia en realidad. Solo sabemos que ese enjambre de monstruos son los encargados de hacerle el trabajo sucio” - Su resentimiento crecía al entrar en detalles. Parecía claramente amargado por la situación. No le culpo, yo apenas llevaba un mes en este pueblo escabroso, y apenas podía aguantar más sus locuras como para haber crecido entre este espanto.

Intenté preguntarle más acerca de las calamidades que sufría el pueblo y que yo todavía desconocía pero no accedió a contarme más. Estaba a punto de amanecer y dijo que sería mejor hablarlo en la posada con un buen desayuno. Accedí. Dado mi estado actual, no creía que pudiese mantenerme mucho más en pie con las horas que había pasado.

Con gran esfuerzo me preparé para el retorno ajustando mis vendajes para que el viaje se me hiciera más ameno, pero justo cuando Henry me ayudaba a fijar las heridas de mis piernas para que pudiese caminar sentimos un ruido hueco fuera de la cabaña. Extrañados fijamos la vista en la ventana del fondo. En ellas se vislumbraban una veintena de criaturas al otro lado de la pared, y como descubriríamos más tarde, no estaban solas.

Continuará...

viernes, 20 de noviembre de 2015

5. La condenación de la espesura (Segunda parte)

Nota: Segunda parte del quinto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del quinto capítulo pulse aquí: Primera parte


Mi respiración se detuvo en ese preciso instante. No lograba mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Sabía que nadie había seguido mis pasos desde el pueblo, me había cerciorado de ello ¿Quién estaba entonces, a mis espaldas?.

Escuché otro crujido, se estaba acercando, poco a poco, con el mayor de los sigilos, como quien acecha a una presa antes de abalanzarse sobre ella. La oscuridad en ese momento iba ganando terreno en las profundidades del bosque, apenas lograba ver la mano que se aferraba a la cadena hallada. Era imposible que quien me estuviera acechando, me pudiera vislumbrar tan certeramente. ¿Acaso estaba enloqueciendo? ¿Y si en realidad me encontrase completamente solo y todo fuese cosa de una ilusión de mi mente?

Podría ser que mi imaginación me estuviese jugando una mala pasada. No sería la primera vez que en este pueblo maldito confundo la realidad con la mera fantasía creada por mi mente.


Fuera como fuese, necesitaba cerciorarme de que estaba ocurriendo en el lugar, así que armándome de valor, inhalé aire, y con la voz más serena que pude emitir, dadas las circunstancias, me atreví a preguntar en voz alta: “¿Quién anda ahí?” desatando con ello, la locura.

Ni si quiera me dio tiempo, a situar mi mirada en la dirección del ruido para cerciorarme de que mi voz había sido escuchada. Nada más exponer la pregunta, algo se abalanzó sobre mí con toda la fuerza de su peso.

Lo primero que sentí fue un sonido gutural en mi espalda mientras unas garras se clavaban en mis hombros, y se aferraban a mi piel. Ese ser había saltado sobre mi ágilmente, y se había enganchado a mi cuerpo para no dejarme escapatoria. En cuanto lo sentí encima, intenté liberarme de su agarre agitándome fuertemente, entre sus brazos, pero resultó inútil. Era más pesado de lo que parecía en un principio, por lo que lo único que conseguí fue desestabilizarme y caer al suelo de lomo, junto con su extraño cuerpo que me tenía aprisionado.

Eso le pilló de sorpresa. Con un chillido espectral, se soltó de la impresión de caerse al suelo, e intentó incorporarse para proseguir con su ataque. Pero mi persona, presa de los nervios y de la adrenalina, fue más rápida, así que rodé por el suelo para alejarme de él y me incorporé tan pronto como pude, con la intención de poder echar a correr, pero en ese momento, visualicé a mi agresor, y se me heló la sangre.

Una extraña criatura se incorporaba cuidadosamente del suelo, con una respiración forzosa, y unos ojos amarillos que vencían a la oscuridad. Jamás había visto nada igual. Era un ser delgado y sombrío. La oscuridad, que ya reinaba en su totalidad sobre el lugar, no dejaba ver sus rasgos en profundidad, pero si dejaba entrever una figura curvilínea que me miraba fijamente. Sin pensármelo dos veces, eché a correr en dirección opuesta, sintiendo un alarido a mis espaldas, que enturbiaría hasta el alma del mismísimo Lucifer.

No me detuve, corría lo más rápido que podía mientras intentaba encontrar una manera de ponerme a salvo. Me aventuré por una colina sinuosa que daba a lo que parecía una ladera estrecha al final del camino con la esperanza de que fuese demasiado angosta para su enorme cuerpo.

Efectivamente lo era, podía sentir a mis espaldas los crujidos de las ramas que frenaban considerablemente su velocidad. Me adentré difícilmente en su espesura aprovechando la oportunidad, y con la esperanza de que los abetos ocultaran mi presencia. Me quedé muy quieto esperando pasar desapercibido entre tanta maleza.

Las viejas ramas colgantes que me rodeaban, me dejaban entrever el pasillo por donde el ser se detuvo en seco al ver que había desaparecido por completo. Miró a ambos lados desorientado, intentando encontrar un atisbo de mi presencia. Y fue entonces, cuando detectó algo que le hizo detener la cabeza justo en mi dirección.

Parecía haberme encontrado, pero resultaba imposible de creer, estaba oculto, detrás de unas ramas espesas en plena oscuridad, por muy buena visión que pudiese tener, no podría resultarle tan fácil encontrarme en esas circunstancias.


Se acercó un poco, confundido, como si no intuyese del todo que estaba en ese lugar. Apreté los puños de la frustración latente que sentía, y fue entonces cuando me di cuenta. El medallón aún seguía colgando de mi mano izquierda. Seguramente, vislumbró su reflejo a través de las ramas, y se quedó mirando fijamente para cerciorarse de que había alguien escondido en el páramo.

Aun había esperanza. Si no viese nada más seguramente seguiría hacia delante en mi búsqueda. Solamente, tenía que intentar ocultar la cadena sin que él se diese cuenta. Traté de moverme lo menos posible mientras escondía la mano detrás de mi espalda, pero fue entonces cuando otra criatura me agarró desde detrás y me lanzó ladera abajo.

Aterricé sobre la tierra humedecida por la neblina del ambiente, al borde de lo que parecía una pendiente prolongada que daba al lago. Estaba medio colgando de su superficie y algo aturdido por el golpe, pero lo peor de todo es que esa segunda criatura venía hacia mi velozmente. Intenté sujetarme con fuerza para lograr incorporarme y huir, pero la tierra estaba demasiado mojada para soportar mi sujeción.

Con tremendo resentimiento vi como mis intentos infructuosos me hacían una presa fácil para la extraña criatura que corría a mi encuentro. Sabía que era mi final. No había nada que pudiese hacer para librarme de su ataque, así que, antes de caer en sus garras me solté de mi agarre y comencé a caer por la empinada pendiente.


Ramas, abetos, y grandes piedras, me golpeaban sin cesar mientras descendía a un ritmo incontrolado por la bajada de la ladera. No fue hasta medio camino del suelo cuando perdí el conocimiento a causa de un fuerte golpe en la cabeza causado por una roca que se interpuso en mi camino desdichado.

Eso es todo lo que recuerdo. En estos momentos, apenas puedo moverme, pero por lo que vislumbro gracias a los pálidos rayos de la luz de la luna, estoy en una especie de estancia de madera donde me he despertado apenas unos instantes en su suelo. Como he llegado hasta este lugar lo desconozco, pero espero que alguien pueda explicármelo antes de que mi alma se venza a la locura que amenaza incesantemente con poseerla.

Si alguien encuentra estos escritos, sed consecuentes con mis advertencias y ocultaros hasta que el sol brille de nuevo, solo su luz guardiana puede evitar que el mal os aceche por estos parajes.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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sábado, 14 de noviembre de 2015

5. La condenación de la espesura (Primera parte)

Nota: Quinto capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

En menos de 48 horas el pueblo había recuperado gran parte de su normalidad. La estatua de la plaza seguía fragmentada, pero la suciedad de su alrededor había sido eliminada por completo. Las calles lucían un aspecto, limpio y ordenado. Los árboles arrancados a la altura del bosque, habían sido retirados del lugar, y por supuesto, los rastros de sangre habían desaparecido por completo. Dunwich parecía recobrada del duro golpe que había recibido días atrás.


Yo sin embargo, era incapaz de eliminar lo vivido de mi mente. No podía dejar de darle vueltas a lo sucedido, era como un carrusel de ideas que no paraba de girar en mi cabeza. Sabía que algo, o alguien acechaba el pueblo constantemente. Sus horrores habían afectado a cada uno de los lugareños que residían en este hospedaje del horror. Ningún ser estaba a a salvo de lo sucedido. Todos estábamos condenados a sufrir bajo su yugo, unas vidas vacías llenas de desesperación.

A pesar de todo, nadie parecía dispuesto a hacerle frente al acosador, o a emprender una investigación acerca del tema. Nadie era capaz si quiera, de decirme el porqué de los hechos acontecidos. El miedo los tenía aterrorizados. No se atrevían a mencionar una sola palabra del asunto por temor a experimentar el horror en sus propias carnes como castigo.

Fue una tarea titánica preguntarles por el tema. Recorrí todas las casas en busca de información sobre la catástrofe. Quería saber al menos, quienes eran las dos víctimas que habían desaparecido durante la noche maldita sucedida hacía dos días atrás, pero no obtuve suerte. Ni si quiera la policía parecía muy dispuesta a colaborar. En cuanto vieron mis intenciones, me despacharon con un ademán de autoridad muy poco responsable.

Creí haber perdido toda esperanza. Seguí deambulando perdido entre la neblina de las calles, cuando di con una casa al pie de una colina colindante al sur del pueblo. En ella, una chica de corta edad con aspecto un tanto desaliñado, se negó a detallarme su vivencia de aquella noche, pero me explicó como obtener la verdad sobre lo sucedido de manera inmediata.


El bosque era la clave de todo. Al parecer nadie se atrevía a cruzar sus lindes los días venideros tras una tragedia para no encontrarse con algo desagradable. Así que, aunque los rastros de sangre hubiesen desaparecido en la ciudad, podían seguir presentes en la espesura profunda de sus arboles. Era una idea brillante. No podía contener la curiosidad, así que, tras agradecerle fervientemente sus consejos me encaminé hacia los arboles de la espesura donde me esperaba la tragedia más primitiva jamás vivida hasta el momento.

Recordaba, con estimación, cual era el recorrido de los rastros de sangre encontrados el día posterior a la catástrofe. Salían desde mi hogar hacia el centro de la calle, desapareciendo en las lindes de la entrada hacia las profundidades del bosque. El rastro había sido borrado por los lugareños, pero aun quedaban pinceladas carmesíes que se resistían a abandonar el terreno, así que con gran paciencia las seguí para ver a donde me conducían las tenebrosas marcas de la muerte.

Recorrí el pueblo sin dificultad hasta la arboleda principal, donde el sol aun alumbraba con su luz la tierra aun removida por la acción, y la caza, pero en cuanto me adentré en sus fauces todo cambió.

Visto ahora, a tiempo pasado, me hecho la culpa de haber entrado al atardecer. No supuse que la exploración me llevaría tanto tiempo para acabar perdido entre las fauces de la oscuridad. Recuerdo que al principio, no tenía problemas de orientación a pesar de la escasa luz que se filtraba por los espesos abetos. La sangre en esta parte, era más nítida, estaba todo tal cual había sucedido, sin tratar de ninguna manera, por lo que para volver a la entrada  solo debía seguir el rastro de destrucción de regreso, cuando quisiese abandonar el lugar.


Me sentía confiado a pesar de la sangre y el desastre que había a mi alrededor. Ramas, rastros de tierra y tela cubrían el suelo. Sentía un sentimiento de observación mientras pasaba. Su oscuridad despertaba de su letargo tras la presencia del nuevo visitante. El bosque estaba más vivo que nunca, y esperaba paciente a que su víctima cayese en sus fauces, presa de la curiosidad.

Crucé lo que vinieron siendo unos dos kilómetros cuando algo enganchado en una rama atrajo mi atención. Era una tela de un color azul pálido, echa jirones, como si el árbol se hubiese interpuesto en su camino y la hubiese arrancado de cuajo.

Había algo que llamaba la atención de esa prenda, un destello, un minúsculo brillo tintineaba con los escasos reflejos de luz que quedaban en el ambiente. Me acerqué con sigilo, suavemente, como si no quisiese enturbiar el ambiente con mi propia presencia. Cada vez estaba más cerca. Distinguía mejor la prenda. Tenía restos de sangre, y una pequeña cadena de oro colgando de un extremo. Sin duda alguna, pertenecía a una mujer. Seguramente la misma mujer que gritaba frente a la puerta de mi casa, la noche en que la raptaron.

Con sumo cuidado desprendí la cadena de la tela. Era una especie de medallón con un extraño símbolo grabado en él, y unos extraños símbolos ilustrados en su reverso. Quería examinarlo más de cerca así que puse mi empeño en obtenerlo con delicadeza para no deteriorarlo, pero justo en el momento en que la sustraje de su atoramiento, escuche un crujido a mis espaldas. No estaba solo.

Continuará...

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sábado, 7 de noviembre de 2015

4. Presencias en la noche.

Nota: Cuarto capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Dunwich se despierta hoy con dos almas desaparecidas. Las sirenas dieron la voz de alarma a través de sus altavoces, sobre las 3.15 de la mañana aproximadamente. Todo el mundo debía prepararse para una amenaza. ¿Qué clase de amenaza? Ni si quiera yo lo sé. Nadie dijo nada, nadie me explicó el más mínimo detalle en este hospedaje. Simplemente, cada uno salió de su habitación, y sin decir una palabra, comenzaron a colocar contrafuertes en puertas y ventanas.

Aun no me explico cómo podían actuar de forma tan mecánica. Como si estuviesen acostumbrados, como si el miedo no detuviera sus articulaciones, y les dejase petrificados en medio de la estancia como lo estaba yo.

Por más que intentaba descifrar sus actos era incapaz de entender que estaba sucediendo. Intenté comunicarme con ellos para obtener algún tipo de información que me hiciese intuir al menos, la situación en la que estábamos. Pero nadie se dignó a contestarme. Simplemente me ignoraban mientras remodelaban la casa a todo correr, para que nadie pudiese entrar o salir de ella.

Una vez se hubo fortificado la casa comenzaron las estrategias. Cada uno debía proteger un lugar del hospedaje, y avisar al resto si algo extraño ocurriese en su zona. A mí me enviaron al sector este junto con la casera, y otro individuo hasta la fecha desconocido.

Pasamos la noche en guardia afincados en las barricadas, sujetando armas caseras, creadas por la propia arrendataria, para poder defendernos de cualquier intruso que pudiese flanquear los obstáculos. Nadie decía una palabra, toda la estancia estaba impregnada de un tenso sigilo donde, de haber querido, podría haber contado las respiraciones de los presentes del silencio que reinaba en el hogar.


Afuera sin embargo, todo era  distinto. Sonidos extraños llegaban a mis oídos de manera intermitente. Oía el crujir de la madera, alguien estaba cerca, podía escuchar claramente los pasos erráticos que deambulaban alrededor de la casa, y las manos inquietas que se arrastraban por la fachada. Era como si quien quiera que estuviese afuera, supiese que nos estábamos escondiendo de su presencia, y acentuase sus actos para poder entrar en nuestro territorio.

Tuve que concienciarme en mantener la calma para no perder la cordura. Sus insistentes acosos hacían que se me helase la sangre pensando en que las maderas, y demás materiales que estaban protegiendo mi zona, no fuesen lo suficientemente resistentes para frenar su empeño. Pero entonces cesó. No insistió lo más mínimo en volver a intentar a abrirse camino hacia nuestro hospedaje. Se había ido en otra dirección, donde intensos gritos comenzaron a abrirse paso desde las profundidades del pueblo hasta nuestras paredes.

Serían aproximadamente las cuatro de la mañana, cuando los chillidos de agonía comenzaron a resonar en la oscuridad de la noche, seguidos de unos pasos apresurados que intentaban buscar cobijo en alguna estancia cercana. Alguien se había quedado fuera durante el toque de queda, y lo estaba pagando caro. Intenté buscar algún signo de actuación entre mis compañeros de hogar, pero solo los ojos de la dueña del hospedaje se encontraron con los míos, y con un rotundo “no”, gesticulado con la cabeza, me dejó muy claro que no podríamos desmontar las barricadas para salir en su ayuda.

Ignoré automáticamente su respuesta, no podía dejar sin ayuda a alguien que la pedía tan fervientemente. En silencio, abandoné mi lugar para poder ir en busca de esa pobre alma. Me dirigí al pasillo a paso ligero, con el pensamiento de apartar los muebles y abrir la puerta principal, pero de repente, un ruido estremecedor resonó junto a la puerta acallando abruptamente los gritos.  Sinceramente. No sé lo que ocurrió. Me quedé petrificado delante de la entrada, observando fijamente el umbral que me separaba del acto mortuorio. Ya no quedaba nada que hacer. El mal había vencido. En silencio volví a mi posición con el pecho encogido por la impotencia y la desolación.


Una vez llegada la mañana, más calmado gracias a la claridad del día, ayudé a los demás huéspedes a poner en orden la estancia, y me aventuré a salí al exterior. El paisaje que se abrió ante mí era devastador. Árboles enteros reposaban sobre la tierra batida arrancados por algún misterioso ser que había arruinado el paraje cercano al bosque. Parte de la plaza central estaba destrozada. La fuente que reinaba en medio de la glorieta estaba medio derruida, y esparcida por el suelo junto al musgo que la cubría. Y lo peor de todo, dos rastros de sangre formaban un sinuoso camino desde la entrada de mi hogar hacia el bosque.

Allí había ocurrido más de una tragedia, y los habitantes del pueblo lo sabían. La preocupación asomaba por sus rostros cansados. Todos sin excepción, se reunieron en la plaza del pueblo para repartirse las tareas de remodelación del pueblo, y poder así, dar paso al olvido de la tragedia. Sin embargo, nadie intentó si quiera hallar el cuerpo de las víctimas caídas en la tenebrosidad de la noche. Sin más, decidieron poner al día la lista de desaparecidos, y actualizar el número de habitantes del cartel expuesto a la entrada de la ciudad.

Bienvenidos a Dunwich, donde el horror hace que dos personas menos habiten en estos páramos. Seguiré investigando por mi cuenta estas dos desapariciones, mientras tanto, cuidaos de las sirenas, dicen que los horrores más profundos vienen de la mano de su sonido.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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