jueves, 24 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Tercera parte).

Nota: Tercera parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

Pasé los siguientes días en medio de una constante vorágine metodológica. Las enfermeras atendían mis cuidados, y me proporcionaban medicinas diarias que escondía dentro de una almohada auxiliar oculta debajo de la cama. Sabía que algo no marchaba bien en ese lugar, todo su funcionamiento resultaba claramente extraño, y tampoco podría decir que me fiase mucho de sus trabajadores, pero reconocía que hacer algo en estos momentos sería una locura. No me encontraba en las condiciones más óptimas para hacer frente a lo que sea que estuviera detrás de todo este asunto, así que fui paciente y esperé el tiempo suficiente para poder volver a moverme con libertad nuevamente.

Ese día llegó en la víspera de navidad. Mis energías aunque no plenamente, se habían renovado lo suficiente como para poder levantarme de la cama y danzar libremente por la habitación. Desde que me habían quitado las correas me habían dado unos privilegios limitados a la hora de moverme. Mi habitación permanecía abierta a lo largo del día, pero por la noche el cerrojo se imponía en la puerta haciéndome prisionero hasta el amanecer.


Sabía hasta ese momento, a qué hora más o menos, se producía tal fenómeno. Solía ser hacia las diez de la noche, en cuanto me retiraban la bandeja de la cena, y me obsequiaban con la última tanda de medicamentos inútiles que jamás ingería. Ese era el momento decisivo. Si lograba escapar antes de que cerraran la habitación con cerrojo, podría irme tranquilamente, que hasta la mañana siguiente no se darían cuenta de mi ausencia.

El problema residía fundamentalmente, en cómo lograr retener el cierre sin que nadie se enterase. Era fundamental no dejar ni un cabo suelto, no podía arriesgarme a atacar a la empleada encargada del turno de noche, por miedo a futuras represalias. Debía tener el más sumo cuidado para que todo saliese bien. Por ello, el día de nochebuena se me presentó como la noche más factible a todas ellas. Por la mañana, una enfermera con un aspecto un tanto enfermo, vino a informarme de que se celebraría una cena en el comedor central, y dada mi mejoría y comportamiento, podría asistir si lo desease. Me quedé pensativo, sin confirmar nada mientras me realizaba los cuidados diarios. Si asistía, podría salir de esta habitación y con un poco de suerte, ver a Henry, y si se diese el caso, podría esperar el momento oportuno y huir, mientras todos estaban en la cena dichosa. Era el plan perfecto para escapar de ese infierno blanco. Además, así también podría encontrarme con Henry y hablar con él para saber cómo se encontraba, y probar que mis recuerdos eran ciertos.

Al confirmarle mi asistencia, la enfermera me apuntó en una especie de lista que llevaba encima y me dio la información necesaria para asistir a la comida, a la que, por causas del destino, nunca acudiría. Debía de ir por un pasillo concreto sin desviarme a las nueve en punto para llegar a tiempo al reparto de mesas. Parecía algo sin sentido que me dejasen campar a mis anchas por el hospital después de lo ocurrido, pero al salir de mi habitación para encaminarme al comedor, supe el porqué de esta decisión.

Según crucé la puerta me encontré con un pasillo oscuro, y sin vida. No tenía nada que ver con la simpleza que reinaba en mi cuarto, en él se encontraban carritos, papeles y lo más sorprendente, campanillas de aspecto bastante deteriorado, por el suelo en un caótico desorden.

El silencio era aplastante, y en el aire podía notarse un cierto matiz a carbón. Sea lo que fuera esta planta, poco tenía que ver con la de un hospital. No se veía a nadie por los alrededores, por lo que avancé yo solo, con cuidado de no tropezar con ningún objeto hasta llegar al final del pasillo donde se encontraban unas escaleras que solo ascendían. Debía estar en una especie de sótano. Me encaminé hacia ellas, y en cuanto me dispuse a abrir su puerta de acceso descubrí que estaba encallada. Era imposible de abrir. Con resignación, seguí intentando desatascarla pacientemente mientras las palabras del doctor Hyter me venían a la mente: - “El señor Jameson se encuentra en la segunda planta del sanatorio”. Si lograba acceder a ella, podría ver a Henry antes de la cena, e idear un plan juntos sin que nos descubriesen.


Después de comprobar que la puerta no podía ser abierta de ninguna de las maneras, me dispuse a enfocar mi camino hacia la segunda planta por otros medios. El pasillo apenas tenía visibilidad, y comenzaba a sentir un frío incómodo. Algo no iba como debería en esa clase de sala. Podía sentir el mal acechando en cada esquina, pero si quería centrarme en salir de aquí, debía ignorarlo.

Busqué algo que me indicase la salida cuando di con una especie de tablón de información en el otro extremo de la pared. Me acerqué y en cuanto estaba fijando mi vista en una especie de mapa cubierto de una suciedad intensa, un crujido resonó a mis espaldas entre la profunda oscuridad.
Sin saber muy bien el porqué de su origen, ladee la cabeza en busca de su procedencia. Creía que no había nadie más en esta planta, pero no sería de extrañar que algún sanitario deambulase por la zona para comprobar que todo estaba en orden. Busqué con la mirada algún signo de vida entre esa perpetua quietud, pero no había nadie. Estaba completamente solo.

Con cautela, di media vuelta y me quedé observando el oscuro pasillo. Estaba tan poco iluminado que apenas podía vislumbrar la doble puerta que daba al lado contrario, y desentonaba enormemente con el resto de la sala. Estaba tan absorto en subir a la cena, que no me había percatado de su presencia. Intrigado, me dispuse a ver que había al otro lado de su entrada pero entonces otro sonido, más fuerte que el anterior, resonó en su interior.

Me quedé petrificado en el acto, parecía que alguien estaba manipulando la puerta desde dentro. Intenté buscar un escondrijo rápidamente con la mirada por si la puerta era echada abajo, pero el tiempo corría en mi contra. Los ruidos comenzaron a ser consecutivamente simétricos. Como si alguien estuviera utilizando su cuerpo como arma arrojadiza contra la presión del pórtico. No podía seguir buscando, necesitaba moverme urgentemente. Con una apresurada carrera intenté regresar a mi habitación, pero alguien había cerrado la puerta con llave. No podía creer lo que estaba pasando. Nadie había estado en el pasillo mientras yo me encontraba fuera. ¿Cómo habían logrado echar la cerradura sin que yo me percatase de su presencia? Mientras intentaba buscar una explicación lógica a todo esto, la puerta crepitaba con cada sonido haciéndola vencer un poco más cada vez. Estaba perdido. Intenté sin éxito imitar a mi acosador y romper la puerta de mi habitación, pero estaba demasiado débil como para lograrlo, así que cambié la dirección de mi plan, y me dispuse a correr hacia las escaleras para poder huir a la planta superior, pero en cuanto me di la vuelta, la puerta quebradiza fue vencida, y de ella salió un grito familiar que exclamaba mi nombre.
Era Henry, y no estaba solo.
Continuará...
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jueves, 17 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Segunda parte).

Nota: Segunda parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

No podía creer lo que estaba escuchando. Miré al doctor con cara de desconcierto, mientras él proseguía la explicación de mi supuesta paranoia -“Padece usted, un trastorno psicótico que le impide distinguir lo que es real de lo que no. Se imagina cosas y cree que las vive con todo lujo de detalles, pero no es así señor Sikorski. Lo que usted cree que existe, en verdad son fantasías producidas por su acrecentada imaginación. Se lo he intentado explicar millones de veces, pero su cerebro se niega a procesar la cruda realidad.- Sus frías palabras estaban llenas de una soberbia mandataria muy poco típica de su profesión. Podía sentir lo insignificante que era para aquel hombre todo mi sufrimiento. Todos mis temores y desdichas, eran para él un papel mojado sobre el que depositar toda munición clínica, para acabar hundiéndolo en el insondable océano de la locura.


Sus palabras hicieron brotar en mí un desconsuelo acrecentante. Intenté sin éxito, rebatirle sus comentarios desde mi limitada posición, pero él frenó mis esfuerzos con un ademán autoritario. Esta conversación se estaba volviendo de lo más kafkiana, ni si quiera estaba dispuesto a escuchar mi opinión sobre el asunto.

Desesperado alcé la voz exponiendo mi derecho a réplica, pero con el mismo tono airoso, volvió a dejar en evidencia mi cordura con sus palabras. - “Señor Sikorski, tranquilícese. Sé que está confundido, pero no le estoy mintiendo. Todos los análisis realizados durante este mes de hospitalización avalan mi versión de los hechos. Por favor, deje de intentar rebatirme. No soy una de sus amenazas paranoicas. Soy solo un médico que trata a un paciente que está mentalmente desequilibrado”-.

En el momento en que expuso el término “mentalmente desequilibrado” desistí de mis esfuerzos por defender mi versión de los hechos, y comencé a sospechar. Sabía muy bien por lo que había pasado. Los duros momentos que viví antes del amanecer. Nadie podía convencerme de lo contrario. Además, tenía secuelas físicas que lo probaban en ese mismo instante. Así que, por más que ese hombre se inventase un diagnostico falso, sabe dios a que fin, no iba a darme  por vencido tan fácilmente. - “¿y qué me dice de mis heridas?”- expuse sin cierta premura para no dar signos de desesperación- “Si lo que dice es cierto ¿Cómo iba a autolesionarme de esta manera?”- Acompañé mis palabras con un gesto de cabeza apuntando hacia mi cuerpo mal herido y me quedé mirando su inexpresiva cara a la espera de su respuesta. Esperaba que al menos en este punto me diese la razón dada la consistencia de mis argumentos, pero no lo hizo, simplemente se limitó a contestarme lacónicamente, sin abandonar su postura principal. -Señor Sikoski, esas lesiones son el resultado de su intento de fuga. Créame, usted hace verdaderas locuras a la hora de intentar salir de este lugar. Los sanitarios están acostumbrados a encontrarle en esa clase de estados.”- dicho esto realizó una pausa para ajustarse las gafas y sopesar sus palabras. Era extraño verle comportarse de esa manera tan metódica cuando tenía un cuerpo claramente, preparado para el ataque. No descarté la idea de que sus movimientos espontáneos fuesen una simple interpretación.


- “Lo siento pero no creo una palabra de lo que me está diciendo”- comenté con el tono más sereno que pude emplear en esos momentos de desdicha. - “Simplemente, me parece imposible que algo así pueda estar sucediéndome. Se quién soy, y se lo que me ha ocurrido, así que le ruego que haga el favor de decirme la verdad, en vez de estar soltándome esta sarta de mentiras”- Esperé a que volviese con su retahíla médica de siempre pero esta vez su contestación fue diferente. Pude observar como sus gestos nerviosos delataban que algo no iba como él tenía previsto. Su mirada se apartó de mi cara y viajó hasta la mesita donde precipitó la carpeta que sostenía con cierta violencia, dejando a la vista un extraño tatuaje que le sobresalía de la manga de su bata. Fue un instante pero gracias a su resignación pude vislumbrar la tinta que adornaba su piel con un extraño símbolo que me resultaba familiar.

Se le veía claramente resignado, se tomó unos instantes antes de volver a su posición inicial y retomar la conversación. Yo esperé pacientemente en mi posición mientras observaba como un pensamiento le rondaba la cabeza mientras intentaba recomponerse. Finalmente me miró de nuevo, y dijo algo que me desarmó por completo. -”Muy bien señor Sikorski, le seguiré el juego a ver si así entra en razón. Si es cierto que usted ha pasado la noche entre las lindes del bosque, dígame una cosa. ¿Dónde está el camafeo que dice haber encontrado en una rama de un árbol?”- Se quedó quieto, demasiado quieto esperando mi respuesta. Saboreando el triunfo que se le anticipaba. Era cierto, había encontrado un camafeo en los umbrales del bosque. Yo mismo había hablado de ello mientras relataba el horror en el que había vivido en esa noche maldita. Entonces, ¿dónde estaba? Podía haberse caído en algún momento cuando me dejé caer al vacío, o podría haberlo perdido en la cabaña de Henry. Fuera como fuese, no lo tenía conmigo en ese momento, de eso estaba seguro. Atónito, miré al doctor sin saber muy bien que decirle. Esa pregunta no tenía una solución posible para mi beneficio. Ambos lo sabíamos. Así que, dado por satisfecho al ver mi desasosiego, el doctor Hyter se levantó de su asiento y se dispuso a desatarme al fin. - “Nosotros no somos los malos señor Sikorski, simplemente cuidamos de los que no pueden ver la luz. Piense en ello.”- terminó de desatarme, y con un ademán airoso se dispuso a salir de la habitación, no sin antes despedirme y recordarme que no olvidase tomarme el tratamiento que la enfermera había depositado en mí mesita con anterioridad. Sobra decir que por supuesto, no lo hice.
Continuará...
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viernes, 11 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Primera parte).

Nota: Séptimo capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Me desperté en una fría y blanca habitación de hospital. Unas cuantas vendas cubrían mi cuerpo, y una especie de gotero colgaba del techo hasta mi brazo izquierdo. Había sobrevivido y aun no sabía cómo. En cuanto la bestia me soltó creí entrar en los mortuorios brazos de la muerte. Sin embargo, aquí me encuentro, entre tratados médicos y respirando sin mucha dificultad. Si esto no es un milagro, ha faltado poco para que lo fuese.

Me sentía agotado. Tenía un dolor de cabeza inmenso y las articulaciones agarrotadas. Probé a incorporarme a ver si así me descongestionaba un poco, pero una especie de correas atadas a mis extremidades me lo impedían. Era de lo más extraño, si apenas podía moverme ¿para qué iban a atarme? Con una serie de movimientos de muñeca intenté zafarme de ellas pero me fue imposible, quien quiera que las hubiese ajustado, lo había hecho bien. No era capaz de librarme de ellas por más fuerza que hiciese. Lo único que conseguía era rasgarme la piel sujetada por el cuero, así que resignado, abandoné dicha idea, y me dispuse a buscar nuevas vías menos dañinas de autoliberación.


Una especie de enfermera vino a visitarme a la media hora. Yo seguía en uno de mis intentos por zafarme de mis ataduras pero no pareció importarle. Con un vistazo rápido a mis heridas me sugirió que parase de autodañarme de esa manera o no me soltarían nunca, así que ante la perspectiva del castigo, dejé mis vanos esfuerzos por liberarme y le pregunté cuando podían soltarme para poder estar más cómodo, pero no supo darme una respuesta concreta, simplemente me dijo que esas cosas eran competencia del doctor Hyter. Le insistí en que al menos me dijera el por qué me habían atado de esa manera, y lo más importante, quien me había llevado hacia este especie de sanatorio desde la cabaña en la que me encontraba, pero rehusó nuevamente, de contestarme. De mala gana, como si le desagradase la conversación, me reiteró que ella no tenía autoridad para responder a ninguna de mis preguntas, solo se encontraba allí para atender mis cuidados más básicos.
Por su actitud esquiva y arrogante, supe de inmediato que no iba a contarme nada que quisiera saber, así que no tuve más remedio que abandonar el interrogatorio y aguardar la llegada del médico en silencio, mientras ella me aplicaba los cuidados necesarios.


El médico en cuestión, apareció por mi habitación unos minutos después, con paso tranquilo y una carpeta en la mano. Era bastante alto y de complexión claramente atlética. Me extrañó que una persona de esa complexión se dedicase al mundo de la medicina, pero dadas las circunstancias excepcionales de este pueblo, no me sorprendía que gente como él dedicara un tiempo al entrenamiento físico, para defenderse de la maldad que acechaba al pueblo, si se diese el caso.

Con un ademán sombrío me observó con cautela desde la puerta mientras se ajustaba las gafas, y se acercó a mi camastro. Parecía algo ido, como si no estuviese observando a un paciente sino lo que podría haber detrás de él. Estaba claramente incomodo, con una sonrisa forzosa, se sentó en una silla a mi lado dispuesto a tomar notas de mi estado. -”Buenos días señor Sikorski, dígame, ¿cómo se encuentra? Según el informe del médico de guardia tiene usted numerosas contusiones en diversas partes del cuerpo, incluyendo la zona occipital y frontal de la cabeza, dos costillas rotas, numerosas contusiones...- acabó de echar un vistazo rápido a los papeles que tenía entre sus manos y con un golpe rápido, cerró la carpeta, y se centró en mi persona.- “Por lo que veo no ha pasado una noche tranquila ¿Podría hacerme el favor de contarme que le ha ocurrido para acabar en este estado?”.

A cada gesto que hacía me desconcertaba más si cabía, creía que me examinaría como sería lo habitual, no que se pusiese a charlar conmigo como haría un simple visitante. Esto empezaba a ser de lo más extraño, ¿qué era lo que le ocurría a esta gente? Confundido, relaté todo lo sucedido, buscando las palabras más acertadas para explicarme con claridad. Lo ocurrido durante el ataque a la ciudad, mi seguimiento de los rastros de sangré en el bosque, el ataque de las criaturas nocturnas, mi huida infructuosa que acabó en una caída peligrosa. La cabaña de Henry...

En el momento que mencioné su nombre caí en la cuenta de que él también había sido atacado a última hora de la noche. ¿Se encontraría bien? ¿Habría perdido la vida a manos de esa horrible criatura?. Con un ademán de dolor debido al movimiento brusco efectuado por la sorpresa, corté mi declaración para preguntarle al doctor Hyter por mi amigo, pero en lugar de una respuesta me explicó que me contaría todo lo ocurrido con mi amigo cuando terminase de hablar, así que me apresuré a contar el final de mi rocambolesca historia para que él comenzase a darme respuestas.

En el momento en que finalicé mi relato el doctor despegó los ojos de mi, y se tomó su tiempo en tomar alguna nota de sus observaciones. Esperé pacientemente, necesitaba respuestas pero también sabía que sería inútil insistirle más. Al fin, cuando terminó su trabajo, me observó con aire taciturno, y por fin comenzó a hablar. - “Bueno señor Sikorski, me alegro de que al menos su mente se encuentre tan despierta como para relatar toda esa serie de acontecimientos, sin titubear si quiera.”- hizo un ligero ademán escéptico con la cabeza y prosiguió- “respondiendo a su pregunta, el señor Jameson se encuentra estable, en una condición física similar a la suya, en la segunda planta del sanatorio”- señaló con su bolígrafo hacia el techo para indicarme su ubicación, y prosiguió- “Esta vez han tenido suerte señor Sikorski, los empleados de vigilancia les encontraron en un estado más que deplorable. De no ser porque les aplicaron los cuidados médicos correspondientes a tiempo, habrían perdido sus vidas. Debería darles las gracias en cuanto los vea de nuevo”.- Afirmé rotundamente ante sus palabras -”Tiene usted razón doctor Hyter. Esas personas han estado ahí afuera jugándose la vida ante esas terribles criaturas para rescatarnos del destino de la muerte. Merecen todos mis respetos”.- Mi convicción pareció decepcionar sus expectativas, pues en cuanto terminé de hablar, el doctor negó visiblemente ante mis palabras, y con un tono derrotista expuso algo que cambiaría mi mundo para siempre.

 - “Señor Sikorski, por favor, no me haga repetírselo más veces. Esas extrañas criaturas de las que habla, no existen. Solo están en su cabeza, al igual que el resto de las aventuras que nos relata cada día”.

Continuará...
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viernes, 4 de diciembre de 2015

6. Extraños visitantes (Segunda parte).

Nota: Segunda parte del sexto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del sexto capítulo pulse aquí: Primera parte

En el momento en que observamos a esos monstruos intentando abrirse paso a través de las paredes, supe que era nuestro fin. Eran demasiados como para que pudiésemos hacerles frente.  Henry también lo pensaba, se lo notaba en la mirada, pero decidió no rendirse. Con una determinación insuperable se limitó a recoger el mayor número de armas posibles mientras me indicaba que hiciese lo mismo.

-No te preocupes Tomek- me decía -son esencialmente criaturas nocturnas. La luz les afecta a los globos oculares así que no tardarán en batirse en retirada en cuanto amanezca. Solo tenemos que controlar las salidas hasta entonces, y todo irá bien. Yo vigilaré la parte delantera, tú ve a la trasera, y no dejes que ninguno de esos jodidos monstruos se atreva a entrar.-.

Obedecí, que remedio me quedaba. Nuestras vidas dependían de ese momento, no tenía tiempo a que mis temores se adueñasen de mi mente. Sin pensarlo muy bien, recogí una escopeta, junto con un par de cuchillos, y me dirigí a la parte posterior de la casa donde me esperaba una sorpresa de lo más desagradable.

Dado que la zona posterior estaba más escondida no me había percatado hasta ese momento, de que algo había sucedido en su interior. La ventana que reinaba en la pared estaba completamente rota, solo se salvaban un puñado de cristales incrustados en su marco, el resto estaban esparcidos por el suelo, mostrando con su presencia, un escenario de lo más dantesco.

Alguien o algo había entrado en el lugar, ¿pero cuándo? ¿Fue durante el tiempo en que mi inconsciencia estuvo presente? ¿O fue en el momento en que escuchamos el intenso ruido que venía del exterior de la casa? Fuera como fuese, algo podía encontrarse entre nosotros, y atacarnos en cualquier momento.


Este hecho cambiaba toda la situación. Creía que estábamos protegidos pero podíamos haber tenido entre nosotros un intruso durante todo este tiempo. Podía ser, incluso, que fuera cierto que alguien estuviese observándome mientras dormitaba en la noche. Esta cabaña en ningún momento fue un lugar seguro para nadie.

Comencé a palidecer. No podía moverme de donde estaba. Tenía la sensación de que si me aventuraba a inspeccionar, me vería sorprendido por las criaturas nocturnas que nos acechaban en las afueras. Debía controlar la situación desde mi posición, y alertar al mismo tiempo, a mi compañero que estaba al otro lado de la casa.

Con una altitud de voz elevada y la mayor de las premuras, alerté a Henry lo ocurrido, sin dejar de vigilar a mí alrededor. Pero mi extraño salvador, como de costumbre, no dio señales de preocupación alguna, simplemente se limitó a decir que esa ventana estaba así desde siempre, se había roto durante una trifulca pasada hacía años, pero como era la parte que daba al lago, no se instauró un nuevo cristal. Las criaturas nunca se aventuraban a meterse en las aguas frondosas del lago, así que era una zona segura.

Un intenso alivio se instaló en mi pecho. No podía creer que sucediendo las cosas que ocurrían en este pueblo, esa ventana no fuese reparada inmediatamente. Era de locos, pero por la información que me había proporcionado, parecía un buen sitio para atrincherarse. Un punto estratégico desde donde defender la cabaña sin el miedo de ser atacado desde un punto ciego. Con cuidado, fui acercándome poco a poco hacia el punto damnificado, para obtener una visión más periférica de la cabaña desde un lugar seguro.

Me situé como pude a espaldas de la ventana con especial cuidado de no rozar con ningún cristal, y me dediqué a vigilar las entradas. Las criaturas arañaban la madera pero no lograban atravesarla.
Podía ser que no lo lograran a tiempo. La luz que se filtraba a través de las ventanas, era la más oscura de las vistas hasta ahora, en esa noche demencial. El amanecer se acercaba, y parecía que nuestros escabrosos amigos lo sabían. Se les notaba nerviosos en sus actos, y sus gritos dejaban entrever la frustración que estaban sintiendo al no alcanzar su objetivo. Aun no comprendía porque la luz les afectaba, pero parecía que Henry tenía razón, estaban apurando sus últimos momentos para darnos caza infructuosamente, sin lograr atravesar los muros que nos separaban.

Podía haber esperanza para nosotros. Solo debíamos esperar unos minutos más. Con la figura de Henry siempre presente delante de mí, me dejé apoyar en el marco acristalado con un suspiro. Mis manos se arañaron superficialmente con sus bordes puntiagudos pero en ese momento me daba igual, estaba lo bastante herido como para que unas gotas de sangre más, me enturbiasen ese momento. Fue entonces cuando sin yo saberlo, el olor de dicha sangre alertó de mi presencia a la más temible criatura vista hasta la fecha.


Todo comenzó con el crujir de la madera tan habitual en estos lugares. Mi zona comenzó a repiquetear con un sonido sordo, en el techo, que se acercaba con premura. Al oírlo, di cuenta de que algo estaba ocurriendo pero no le di importancia. Estos sonidos ocurrían con frecuencia en las casas viejas, y más si una persona estaba apoyado contra sus paredes. Estaba seguro de que debía de ser la consecuencia de mi peso contra la madera, así que con dificultad, volví a incorporarme para evitar más destrozos, pero justo en ese momento, unos brazos salidos del cielo de la ventana, envolvieron mis hombros, e intentaron alzarme del suelo hasta sus dominios desconocidos.

Eso me pilló por sorpresa. Forcejeé mediante gritos e intenté soltarme, pero solo conseguí que la escopeta se resbalase de mis manos, y que la criatura me incrustase sus garras con más fuerza, en mis hombros.

Sentía como con toda su fuerza intentaba ascenderme por el hueco de la ventana. Era incapaz de lograr un punto de apoyo que me diese la opción de ofrecer resistencia, pero entonces, los cristales sobrantes del marco se aferraron a mi espalda y frenaron mi ascenso de una manera abrupta. Un alarido de dolor salió de mi garganta acallando los gritos de Henry que acudía en mi ayuda con premura, dejando la zona delantera desprotegida.

En cuanto llegó a mi posición, intentó hacer resistencia tirando de mis piernas hacia el suelo pero de repente, una de las criaturas surgió de entre las sombras y fue directamente hacia él, haciendo que me soltase en el acto. Las sospechas se confirmaban, no estábamos solos. La presencia que sentí en mi inconsciencia era real. Simplemente estaba esperando el momento óptimo para atacar.

Las manos viscosas que me aferraban aprovecharon la situación y tiraron de mí con más fuerza. La carne comenzaba a desgarrarse entre los cristales, y la sangre comenzaba a empapar mi camisa. Me sentía mareado y desesperado. El dolor nublaba mis sentidos haciéndome incapaz de encontrar una solución a tal asalto. Era imposible librarse de su ataque desde esta posición, y estando en tal estado. Estaba totalmente acabado.

Fue entonces cuando supe que iba a morir. Había burlado a la muerte demasiadas veces en esa noche maldecida, como para tentar a la suerte una vez más. No había nada más que pudiese hacer más que luchar para al menos intentar llevarme a ese monstruo del averno, conmigo.

Ese sentimiento se arraigó en mí de una manera impertérrita. Me parecía la manera más honrosa de morir dadas las circunstancias. Si iba a perder la vida, al menos que fuera luchando con honor.

Con esta gran determinación como meta, y haciendo acopio de mi último aliento, agarré uno de los cuchillos que tenía instalados en mi cinturón y comencé a intentar asestar puñaladas a mi contrincante ciegamente. Algunas fueron erráticas, otras no.
Según le iba asentando el frío acero en su piel, podía sentir como su agonía comenzaba a estar presente. Sus gritos comenzaron a ser más intensos, se movía de forma errática, y sus manos comenzaban a flaquear. Mi ataque estaba funcionando. La bestia se estaba desmoronando ante mi.

Eso no hizo más que acrecentar mi valía, seguí intentando alcanzar a mi captor con todas las fuerzas que me quedaban hasta que sentí la liberación de su agarre, dejando caer mi cuerpo en el suelo negrecido de la cabaña. Había vencido al terror. O al menos de momento. Por fin, libre de todo mal, abracé la inconsciencia con tal agrado que mi sonrisa se vio reflejada por los primeros rayos de sol, sin preocuparme por lo que me depararía el día venidero.

Eso es todo por hoy, si por casualidad encuentran rastros de sangre en la ciudad, por favor, manténganse alerta y sean cuidadosos. Nunca se sabe lo que le puede esperar a uno al final del camino de la curiosidad.
Con afecto.
Tomek Sikorski

viernes, 27 de noviembre de 2015

6. Extraños visitantes (Primera parte).

Nota: Sexto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1


Intenté levantarme pero mi anatomía estaba demasiado dañada como para obedecer órdenes. No lograba mover ni un músculo de mi cuerpo. Grité para que alguien acudiese en mi ayuda pero nadie salió a mi encuentro. Fuera quien fuese quien me hubiese rescatado no se encontraba a mi lado en estos momentos. Me sentía cansado, y apenas podía mantener los ojos abiertos, así que vencido por mi estado físico, me dejé caer en la inconsciencia con los ojos entrecerrados.

Mientras me hundía en mí mismo, notaba como la estancia se abría paso ante mí, a través de mis sentidos agudizados por la penumbra que reinaba en el ambiente. Olía a humedad, a madera, y a lo que parecía ser ceniza. Aunque no sabría discernir de donde venía cada efluvio. Era incapaz de vislumbrar más allá de lo que la luz de la ventana me dejaba entrever.

El sonido de un teléfono resonando en la lejanía me acompañaba, o eso creía escuchar. Mi mente estaba demasiado nublada para encontrarse plenamente en una consciencia natural. Dormitaba a cada rato que pasaba, y me despertaba aterrorizado por la tensión que aún seguía carcomiéndome por dentro.


A pesar de saber que estaba solo, sentía como si alguien me estuviese observando desde la lejanía, analizando mi situación. No podía detener el pensamiento de que en cualquier momento, una de esas horribles criaturas me asaltaría para darme muerte. No podía seguir con esa ensoñación tortuoria, así que, ayudándome con lo que parecía una mesa que estaba a mi lado, me levanté con dificultad y busque a tientas el interruptor de la luz para poder iluminar la estancia.

En cuanto se alumbró la habitación me di cuenta de que estaba equivocado en mis predicciones. La cabaña era completamente diferente a como me la esperaba. El olor a ceniza que creía haber detectado, no era tal, sino más bien olor a pólvora. Pistolas, fusibles, y todo tipo de munición colgaba de las paredes como si se tratase de un escaparate. El desorden en general, reinaba en el ambiente. Viejos papeles, velas, y demás utensilios estaban desperdigados por el lugar. Fue un esfuerzo dado el desorden y mi condición física, sortearlos sin causar algún desastre. 

Con dificultad me moví por la estancia hacia una ventana para poder ubicarme en las desconocidas lindes del pueblo. Me encontraba a las orillas del lago, justo en frente de la cabaña de los cazadores que había descubierto en mis primeros días en el pueblo.

Por lo que el hueco me dejaba entrever, si avanzaba en diagonal por un camino sinuoso podría llegar hasta mi hogar. Parecía sencillo. El problema estaba en los seres que me había encontrado con anterioridad. Podrían seguir al acecho en cualquier rincón del bosque. Necesitaba poder localizarlos desde la lejanía para buscar una ruta alternativa. 

Mi primer instinto fue inspeccionar los alrededores a través de los cristales, pero mi visión desde ese ángulo era demasiado limitada. No lograba vislumbrar más de una parte de la facción que me rodeaba. Si quería observar en conjunto los diversos caminos que se pudiesen aprovechar, necesitaba situarme en el exterior.

Sabía que era arriesgado, era plenamente consciente de que no era la opción más segura para un momento como este, pero tenía que hacerlo si quería marcharme de este lugar. Así que, armándome de valor y de una pistola que encontré colgada en el lugar, me aventuré a salir a la entrada de la cabaña a idear un plan de escape que me llevase de nuevo a mi morada. Pero justo cuando abrí la puerta principal, una figura envuelta en la oscuridad estaba al otro lado, con una vieja hacha ensangrentada colgando de su mano. En cuanto me vio, no hizo gesto alguno de sorpresa, solamente se limitó a decir: -”¿tan pronto deseas morir?”-.


Mi primera reacción fue apuntar torpemente, con la pistola a la figura misteriosa. No había disparado un arma en mi vida pero había vivido lo suficiente como para que esos juicios moralistas quedasen relevados a un segundo plano cuando la supervivencia estaba en juego. 

Sin embargo, mis actos no parecieron tener la más mínima repercusión en su templanza. Al verme encañonarlo, la extraña figura retiró sin esfuerzo el arma de su cercanía y entró sin premura en la cabaña descubriendo con ello, su identidad.

Al verlo me quedé estupefacto. No podía salir de mi asombro. Reconocía a aquel hombre, vivía conmigo en la posada en la que me hospedaba. Incluso nos había tocado juntos en el reparto de las barricadas, en el fatídico día donde el pueblo fue atacado durante la noche, junto con la posadera en el sector este de la casa. 

El también parecía haberme reconocido, entró en la cabaña saludándome con un ademán airoso, y al ver que la sorpresa reflejada en mi cara no se esfumaba, se paró a tenderme la mano y se presentó.

Al parecer se llamaba Henry Jameson, y era habitante de Dunwich desde que tenía uso de razón. Parecía familiarizado con las armas, y con las heridas, ya que él mismo parecía sacado de una guerra sin cuartel, y tenía una extraña cicatriz a un lado de la cara que daba cuenta de que no siempre había salido victorioso de sus batallas. Sin dar una explicación sobre lo que le había ocurrido, avanzó entre los trastos esparcidos por la sala, y me ofreció un trago en esa fría madrugada impoluta.

- “Sabía que algo así terminaría por ocurrirte”- me dijo mientras colocaba un vaso de un licor blanquecino a mi lado- “se lo comenté al ama de llaves en cuanto te vi levantarte a salvar a esa pobre muchacha. Menuda desgracia”. - de un trago logró beberse el licor con una asombrosa facilidad. Intenté imitarle en desmedida dando un pequeño sorbo, pero enseguida retiré el vaso de mi boca. Parecía como si me estuvieran rociando con fuego la garganta. Al ver mis estremecimientos pareció divertirse, y en tono jocoso me soltó- “vaya, ¿tú no eras del este? Creí que un trago de licor de patata te despejaría las ideas. Vamos, que no se diga, esto es salud para el corazón”.- y con otro ademán siguió bebiendo arrastrándome con él a la neblina de la conciencia.


En el tiempo que estuvimos hablando me puso un poco al día de todo lo ocurrido. Él estaba en la cabaña preparando sus armas cuando escuchó unos ruidos en el exterior, salió a ver qué ocurría y me encontró medio colgando de un abeto a unos metros del suelo. Me recogió y trató mis heridas con más alcohol de patata, y fue a dar caza a mis atacantes para que no tuvieran la opción de bajar a las cabañas. 

Este último dato me dejó totalmente descolocado. Me parecía increíble que hubiese podido dar caza a esas dos criaturas solamente con el hacha que llevaba en la mano. Pero al parecer, lo hacía de continuo junto con el grupo de personas denominados “los cazadores”. Juntos, velaban en sus posibilidades en pos de que las criaturas no alcanzaran el pueblo. Aunque les resultaba francamente difícil porque según sus palabras no estaban solas. Eran los peones de algo más grande. Un ser que tenía el control sobre los horrores sucedidos en el pueblo. 

- “No puedo contarte nada sobre él. Literalmente, no tenemos ninguna información sobre su condición física, su apariencia, o sus costumbres. Ni si quiera parece tener un nombre. En los escritos de los antiguos cazadores solo se advierte de una criatura marina espantosa. Por eso cerramos el lago hace años. Pero sobre este infierno terrenal no hay nada escrito. Nadie que lo haya visto ha regresado jamás. A lo largo de estos años hemos barajado muchas teorías pero poco sabemos de su existencia en realidad. Solo sabemos que ese enjambre de monstruos son los encargados de hacerle el trabajo sucio” - Su resentimiento crecía al entrar en detalles. Parecía claramente amargado por la situación. No le culpo, yo apenas llevaba un mes en este pueblo escabroso, y apenas podía aguantar más sus locuras como para haber crecido entre este espanto.

Intenté preguntarle más acerca de las calamidades que sufría el pueblo y que yo todavía desconocía pero no accedió a contarme más. Estaba a punto de amanecer y dijo que sería mejor hablarlo en la posada con un buen desayuno. Accedí. Dado mi estado actual, no creía que pudiese mantenerme mucho más en pie con las horas que había pasado.

Con gran esfuerzo me preparé para el retorno ajustando mis vendajes para que el viaje se me hiciera más ameno, pero justo cuando Henry me ayudaba a fijar las heridas de mis piernas para que pudiese caminar sentimos un ruido hueco fuera de la cabaña. Extrañados fijamos la vista en la ventana del fondo. En ellas se vislumbraban una veintena de criaturas al otro lado de la pared, y como descubriríamos más tarde, no estaban solas.

Continuará...

viernes, 20 de noviembre de 2015

5. La condenación de la espesura (Segunda parte)

Nota: Segunda parte del quinto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del quinto capítulo pulse aquí: Primera parte


Mi respiración se detuvo en ese preciso instante. No lograba mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Sabía que nadie había seguido mis pasos desde el pueblo, me había cerciorado de ello ¿Quién estaba entonces, a mis espaldas?.

Escuché otro crujido, se estaba acercando, poco a poco, con el mayor de los sigilos, como quien acecha a una presa antes de abalanzarse sobre ella. La oscuridad en ese momento iba ganando terreno en las profundidades del bosque, apenas lograba ver la mano que se aferraba a la cadena hallada. Era imposible que quien me estuviera acechando, me pudiera vislumbrar tan certeramente. ¿Acaso estaba enloqueciendo? ¿Y si en realidad me encontrase completamente solo y todo fuese cosa de una ilusión de mi mente?

Podría ser que mi imaginación me estuviese jugando una mala pasada. No sería la primera vez que en este pueblo maldito confundo la realidad con la mera fantasía creada por mi mente.


Fuera como fuese, necesitaba cerciorarme de que estaba ocurriendo en el lugar, así que armándome de valor, inhalé aire, y con la voz más serena que pude emitir, dadas las circunstancias, me atreví a preguntar en voz alta: “¿Quién anda ahí?” desatando con ello, la locura.

Ni si quiera me dio tiempo, a situar mi mirada en la dirección del ruido para cerciorarme de que mi voz había sido escuchada. Nada más exponer la pregunta, algo se abalanzó sobre mí con toda la fuerza de su peso.

Lo primero que sentí fue un sonido gutural en mi espalda mientras unas garras se clavaban en mis hombros, y se aferraban a mi piel. Ese ser había saltado sobre mi ágilmente, y se había enganchado a mi cuerpo para no dejarme escapatoria. En cuanto lo sentí encima, intenté liberarme de su agarre agitándome fuertemente, entre sus brazos, pero resultó inútil. Era más pesado de lo que parecía en un principio, por lo que lo único que conseguí fue desestabilizarme y caer al suelo de lomo, junto con su extraño cuerpo que me tenía aprisionado.

Eso le pilló de sorpresa. Con un chillido espectral, se soltó de la impresión de caerse al suelo, e intentó incorporarse para proseguir con su ataque. Pero mi persona, presa de los nervios y de la adrenalina, fue más rápida, así que rodé por el suelo para alejarme de él y me incorporé tan pronto como pude, con la intención de poder echar a correr, pero en ese momento, visualicé a mi agresor, y se me heló la sangre.

Una extraña criatura se incorporaba cuidadosamente del suelo, con una respiración forzosa, y unos ojos amarillos que vencían a la oscuridad. Jamás había visto nada igual. Era un ser delgado y sombrío. La oscuridad, que ya reinaba en su totalidad sobre el lugar, no dejaba ver sus rasgos en profundidad, pero si dejaba entrever una figura curvilínea que me miraba fijamente. Sin pensármelo dos veces, eché a correr en dirección opuesta, sintiendo un alarido a mis espaldas, que enturbiaría hasta el alma del mismísimo Lucifer.

No me detuve, corría lo más rápido que podía mientras intentaba encontrar una manera de ponerme a salvo. Me aventuré por una colina sinuosa que daba a lo que parecía una ladera estrecha al final del camino con la esperanza de que fuese demasiado angosta para su enorme cuerpo.

Efectivamente lo era, podía sentir a mis espaldas los crujidos de las ramas que frenaban considerablemente su velocidad. Me adentré difícilmente en su espesura aprovechando la oportunidad, y con la esperanza de que los abetos ocultaran mi presencia. Me quedé muy quieto esperando pasar desapercibido entre tanta maleza.

Las viejas ramas colgantes que me rodeaban, me dejaban entrever el pasillo por donde el ser se detuvo en seco al ver que había desaparecido por completo. Miró a ambos lados desorientado, intentando encontrar un atisbo de mi presencia. Y fue entonces, cuando detectó algo que le hizo detener la cabeza justo en mi dirección.

Parecía haberme encontrado, pero resultaba imposible de creer, estaba oculto, detrás de unas ramas espesas en plena oscuridad, por muy buena visión que pudiese tener, no podría resultarle tan fácil encontrarme en esas circunstancias.


Se acercó un poco, confundido, como si no intuyese del todo que estaba en ese lugar. Apreté los puños de la frustración latente que sentía, y fue entonces cuando me di cuenta. El medallón aún seguía colgando de mi mano izquierda. Seguramente, vislumbró su reflejo a través de las ramas, y se quedó mirando fijamente para cerciorarse de que había alguien escondido en el páramo.

Aun había esperanza. Si no viese nada más seguramente seguiría hacia delante en mi búsqueda. Solamente, tenía que intentar ocultar la cadena sin que él se diese cuenta. Traté de moverme lo menos posible mientras escondía la mano detrás de mi espalda, pero fue entonces cuando otra criatura me agarró desde detrás y me lanzó ladera abajo.

Aterricé sobre la tierra humedecida por la neblina del ambiente, al borde de lo que parecía una pendiente prolongada que daba al lago. Estaba medio colgando de su superficie y algo aturdido por el golpe, pero lo peor de todo es que esa segunda criatura venía hacia mi velozmente. Intenté sujetarme con fuerza para lograr incorporarme y huir, pero la tierra estaba demasiado mojada para soportar mi sujeción.

Con tremendo resentimiento vi como mis intentos infructuosos me hacían una presa fácil para la extraña criatura que corría a mi encuentro. Sabía que era mi final. No había nada que pudiese hacer para librarme de su ataque, así que, antes de caer en sus garras me solté de mi agarre y comencé a caer por la empinada pendiente.


Ramas, abetos, y grandes piedras, me golpeaban sin cesar mientras descendía a un ritmo incontrolado por la bajada de la ladera. No fue hasta medio camino del suelo cuando perdí el conocimiento a causa de un fuerte golpe en la cabeza causado por una roca que se interpuso en mi camino desdichado.

Eso es todo lo que recuerdo. En estos momentos, apenas puedo moverme, pero por lo que vislumbro gracias a los pálidos rayos de la luz de la luna, estoy en una especie de estancia de madera donde me he despertado apenas unos instantes en su suelo. Como he llegado hasta este lugar lo desconozco, pero espero que alguien pueda explicármelo antes de que mi alma se venza a la locura que amenaza incesantemente con poseerla.

Si alguien encuentra estos escritos, sed consecuentes con mis advertencias y ocultaros hasta que el sol brille de nuevo, solo su luz guardiana puede evitar que el mal os aceche por estos parajes.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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sábado, 14 de noviembre de 2015

5. La condenación de la espesura (Primera parte)

Nota: Quinto capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

En menos de 48 horas el pueblo había recuperado gran parte de su normalidad. La estatua de la plaza seguía fragmentada, pero la suciedad de su alrededor había sido eliminada por completo. Las calles lucían un aspecto, limpio y ordenado. Los árboles arrancados a la altura del bosque, habían sido retirados del lugar, y por supuesto, los rastros de sangre habían desaparecido por completo. Dunwich parecía recobrada del duro golpe que había recibido días atrás.


Yo sin embargo, era incapaz de eliminar lo vivido de mi mente. No podía dejar de darle vueltas a lo sucedido, era como un carrusel de ideas que no paraba de girar en mi cabeza. Sabía que algo, o alguien acechaba el pueblo constantemente. Sus horrores habían afectado a cada uno de los lugareños que residían en este hospedaje del horror. Ningún ser estaba a a salvo de lo sucedido. Todos estábamos condenados a sufrir bajo su yugo, unas vidas vacías llenas de desesperación.

A pesar de todo, nadie parecía dispuesto a hacerle frente al acosador, o a emprender una investigación acerca del tema. Nadie era capaz si quiera, de decirme el porqué de los hechos acontecidos. El miedo los tenía aterrorizados. No se atrevían a mencionar una sola palabra del asunto por temor a experimentar el horror en sus propias carnes como castigo.

Fue una tarea titánica preguntarles por el tema. Recorrí todas las casas en busca de información sobre la catástrofe. Quería saber al menos, quienes eran las dos víctimas que habían desaparecido durante la noche maldita sucedida hacía dos días atrás, pero no obtuve suerte. Ni si quiera la policía parecía muy dispuesta a colaborar. En cuanto vieron mis intenciones, me despacharon con un ademán de autoridad muy poco responsable.

Creí haber perdido toda esperanza. Seguí deambulando perdido entre la neblina de las calles, cuando di con una casa al pie de una colina colindante al sur del pueblo. En ella, una chica de corta edad con aspecto un tanto desaliñado, se negó a detallarme su vivencia de aquella noche, pero me explicó como obtener la verdad sobre lo sucedido de manera inmediata.


El bosque era la clave de todo. Al parecer nadie se atrevía a cruzar sus lindes los días venideros tras una tragedia para no encontrarse con algo desagradable. Así que, aunque los rastros de sangre hubiesen desaparecido en la ciudad, podían seguir presentes en la espesura profunda de sus arboles. Era una idea brillante. No podía contener la curiosidad, así que, tras agradecerle fervientemente sus consejos me encaminé hacia los arboles de la espesura donde me esperaba la tragedia más primitiva jamás vivida hasta el momento.

Recordaba, con estimación, cual era el recorrido de los rastros de sangre encontrados el día posterior a la catástrofe. Salían desde mi hogar hacia el centro de la calle, desapareciendo en las lindes de la entrada hacia las profundidades del bosque. El rastro había sido borrado por los lugareños, pero aun quedaban pinceladas carmesíes que se resistían a abandonar el terreno, así que con gran paciencia las seguí para ver a donde me conducían las tenebrosas marcas de la muerte.

Recorrí el pueblo sin dificultad hasta la arboleda principal, donde el sol aun alumbraba con su luz la tierra aun removida por la acción, y la caza, pero en cuanto me adentré en sus fauces todo cambió.

Visto ahora, a tiempo pasado, me hecho la culpa de haber entrado al atardecer. No supuse que la exploración me llevaría tanto tiempo para acabar perdido entre las fauces de la oscuridad. Recuerdo que al principio, no tenía problemas de orientación a pesar de la escasa luz que se filtraba por los espesos abetos. La sangre en esta parte, era más nítida, estaba todo tal cual había sucedido, sin tratar de ninguna manera, por lo que para volver a la entrada  solo debía seguir el rastro de destrucción de regreso, cuando quisiese abandonar el lugar.


Me sentía confiado a pesar de la sangre y el desastre que había a mi alrededor. Ramas, rastros de tierra y tela cubrían el suelo. Sentía un sentimiento de observación mientras pasaba. Su oscuridad despertaba de su letargo tras la presencia del nuevo visitante. El bosque estaba más vivo que nunca, y esperaba paciente a que su víctima cayese en sus fauces, presa de la curiosidad.

Crucé lo que vinieron siendo unos dos kilómetros cuando algo enganchado en una rama atrajo mi atención. Era una tela de un color azul pálido, echa jirones, como si el árbol se hubiese interpuesto en su camino y la hubiese arrancado de cuajo.

Había algo que llamaba la atención de esa prenda, un destello, un minúsculo brillo tintineaba con los escasos reflejos de luz que quedaban en el ambiente. Me acerqué con sigilo, suavemente, como si no quisiese enturbiar el ambiente con mi propia presencia. Cada vez estaba más cerca. Distinguía mejor la prenda. Tenía restos de sangre, y una pequeña cadena de oro colgando de un extremo. Sin duda alguna, pertenecía a una mujer. Seguramente la misma mujer que gritaba frente a la puerta de mi casa, la noche en que la raptaron.

Con sumo cuidado desprendí la cadena de la tela. Era una especie de medallón con un extraño símbolo grabado en él, y unos extraños símbolos ilustrados en su reverso. Quería examinarlo más de cerca así que puse mi empeño en obtenerlo con delicadeza para no deteriorarlo, pero justo en el momento en que la sustraje de su atoramiento, escuche un crujido a mis espaldas. No estaba solo.

Continuará...

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sábado, 7 de noviembre de 2015

4. Presencias en la noche.

Nota: Cuarto capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Dunwich se despierta hoy con dos almas desaparecidas. Las sirenas dieron la voz de alarma a través de sus altavoces, sobre las 3.15 de la mañana aproximadamente. Todo el mundo debía prepararse para una amenaza. ¿Qué clase de amenaza? Ni si quiera yo lo sé. Nadie dijo nada, nadie me explicó el más mínimo detalle en este hospedaje. Simplemente, cada uno salió de su habitación, y sin decir una palabra, comenzaron a colocar contrafuertes en puertas y ventanas.

Aun no me explico cómo podían actuar de forma tan mecánica. Como si estuviesen acostumbrados, como si el miedo no detuviera sus articulaciones, y les dejase petrificados en medio de la estancia como lo estaba yo.

Por más que intentaba descifrar sus actos era incapaz de entender que estaba sucediendo. Intenté comunicarme con ellos para obtener algún tipo de información que me hiciese intuir al menos, la situación en la que estábamos. Pero nadie se dignó a contestarme. Simplemente me ignoraban mientras remodelaban la casa a todo correr, para que nadie pudiese entrar o salir de ella.

Una vez se hubo fortificado la casa comenzaron las estrategias. Cada uno debía proteger un lugar del hospedaje, y avisar al resto si algo extraño ocurriese en su zona. A mí me enviaron al sector este junto con la casera, y otro individuo hasta la fecha desconocido.

Pasamos la noche en guardia afincados en las barricadas, sujetando armas caseras, creadas por la propia arrendataria, para poder defendernos de cualquier intruso que pudiese flanquear los obstáculos. Nadie decía una palabra, toda la estancia estaba impregnada de un tenso sigilo donde, de haber querido, podría haber contado las respiraciones de los presentes del silencio que reinaba en el hogar.


Afuera sin embargo, todo era  distinto. Sonidos extraños llegaban a mis oídos de manera intermitente. Oía el crujir de la madera, alguien estaba cerca, podía escuchar claramente los pasos erráticos que deambulaban alrededor de la casa, y las manos inquietas que se arrastraban por la fachada. Era como si quien quiera que estuviese afuera, supiese que nos estábamos escondiendo de su presencia, y acentuase sus actos para poder entrar en nuestro territorio.

Tuve que concienciarme en mantener la calma para no perder la cordura. Sus insistentes acosos hacían que se me helase la sangre pensando en que las maderas, y demás materiales que estaban protegiendo mi zona, no fuesen lo suficientemente resistentes para frenar su empeño. Pero entonces cesó. No insistió lo más mínimo en volver a intentar a abrirse camino hacia nuestro hospedaje. Se había ido en otra dirección, donde intensos gritos comenzaron a abrirse paso desde las profundidades del pueblo hasta nuestras paredes.

Serían aproximadamente las cuatro de la mañana, cuando los chillidos de agonía comenzaron a resonar en la oscuridad de la noche, seguidos de unos pasos apresurados que intentaban buscar cobijo en alguna estancia cercana. Alguien se había quedado fuera durante el toque de queda, y lo estaba pagando caro. Intenté buscar algún signo de actuación entre mis compañeros de hogar, pero solo los ojos de la dueña del hospedaje se encontraron con los míos, y con un rotundo “no”, gesticulado con la cabeza, me dejó muy claro que no podríamos desmontar las barricadas para salir en su ayuda.

Ignoré automáticamente su respuesta, no podía dejar sin ayuda a alguien que la pedía tan fervientemente. En silencio, abandoné mi lugar para poder ir en busca de esa pobre alma. Me dirigí al pasillo a paso ligero, con el pensamiento de apartar los muebles y abrir la puerta principal, pero de repente, un ruido estremecedor resonó junto a la puerta acallando abruptamente los gritos.  Sinceramente. No sé lo que ocurrió. Me quedé petrificado delante de la entrada, observando fijamente el umbral que me separaba del acto mortuorio. Ya no quedaba nada que hacer. El mal había vencido. En silencio volví a mi posición con el pecho encogido por la impotencia y la desolación.


Una vez llegada la mañana, más calmado gracias a la claridad del día, ayudé a los demás huéspedes a poner en orden la estancia, y me aventuré a salí al exterior. El paisaje que se abrió ante mí era devastador. Árboles enteros reposaban sobre la tierra batida arrancados por algún misterioso ser que había arruinado el paraje cercano al bosque. Parte de la plaza central estaba destrozada. La fuente que reinaba en medio de la glorieta estaba medio derruida, y esparcida por el suelo junto al musgo que la cubría. Y lo peor de todo, dos rastros de sangre formaban un sinuoso camino desde la entrada de mi hogar hacia el bosque.

Allí había ocurrido más de una tragedia, y los habitantes del pueblo lo sabían. La preocupación asomaba por sus rostros cansados. Todos sin excepción, se reunieron en la plaza del pueblo para repartirse las tareas de remodelación del pueblo, y poder así, dar paso al olvido de la tragedia. Sin embargo, nadie intentó si quiera hallar el cuerpo de las víctimas caídas en la tenebrosidad de la noche. Sin más, decidieron poner al día la lista de desaparecidos, y actualizar el número de habitantes del cartel expuesto a la entrada de la ciudad.

Bienvenidos a Dunwich, donde el horror hace que dos personas menos habiten en estos páramos. Seguiré investigando por mi cuenta estas dos desapariciones, mientras tanto, cuidaos de las sirenas, dicen que los horrores más profundos vienen de la mano de su sonido.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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sábado, 31 de octubre de 2015

3. El cuervo enjaulado.

Nota: Tercer capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Padezco insomnio desde la primera noche que dormí en este pueblo maldecido por la locura. Ruidos en las profundidades de la oscuridad me despiertan cada día para mantenerme en alerta toda la noche. No consigo dormir más de cuatro horas seguidas. Mis ojeras han pasado a ser una parte más de mis complementos diarios, y mi raciocinio pierde su cordura por momentos.

Esta noche en especial, es la más aterradora a la que me he enfrentado hasta el momento. Parece ser que Dunwich celebra la víspera de todos los santos de una manera bastante particular. Las gentes del lugar se muestran especialmente nerviosas en esta época del año. No hay niños pidiendo caramelos por las casas, ni adornos que indiquen el disfrute de la festividad. La conmemoración en sí, olvida su carácter divertido para convertirse en un ritual purificador y religioso.


En esta época solo se realiza el acto que ellos denominan “el cuervo enjaulado”. Este ritual consiste en tapar las cabezas de los espantapájaros con calabazas talladas por sus habitantes para evitar que el mal se apodere de ellos en la noche más terrorífica del año. Según su filosofía, cada habitante tiene un espíritu maligno a sus espaldas, que aguarda al acecho de la víspera de todos los santos para poder hacerse con su cuerpo y realizar hechos deleznables a su costa. Según algunas voces, ya ha ocurrido en varias ocasiones por la zona, aunque no han querido darme detalles sobre lo sucedido.

No dispongo de datos suficientes para asegurar que estas afirmaciones sean certeras. Por su incredulidad me imagino que se tratará de otra clase de tradición y han querido meterme miedo con una historia fantasiosa en su lugar. Supongo que asustar al extranjero con historias tenebrosas sobre el pueblo en estas fechas les divierte, aunque ya es bastante horripilante ver a los lugareños trabajando en los espantapájaros para instaurarles una imagen aún más terrorífica de la que ya tienen de por sí.


Obviamente, a mí nadie me ha invitado a hacer este ritual, ni si quiera sé si había un espantapájaros esperando por una cabeza de calabaza tallada por mi propia persona. Si es así, siento no haber cumplido con mi deber, no iba a realizarlo de todas maneras. Si estoy en este pueblo es para investigar su historia, no para participar en supersticiones absurdas. Aunque creo que siempre me quedará la duda de si hay algo de verdad en estos testimonios.
En estos momentos no sé si es por la influencia de la madrugada, de la festividad, o de ambos, pero soy capaz de dudar hasta de mi propia sombra. Ni si quiera soy capaz de distinguir si los ruidos de ramas que están crujiendo detrás de mi ventana en estos instantes, son parte de mi imaginación, o son las manos de mi espantapájaros arañando el cristal en busca de mi alma. Sea como fuere, no pienso echar un vistazo. Quién sabe que oscuros horrores estarán ocurriendo al otro lado de la pared mientras escribo estas líneas.


Seguiré informando en los próximos días. Mientras tanto, tened cuidado con esta noche, se dice que hasta las almas más puras reciben el terror maldito de la mano de la oscuridad clareada por las calabazas iluminadas en el horizonte.
Con afecto.
Tomek Sikorski

miércoles, 28 de octubre de 2015

2. La incredulidad de los acontecimientos.

Nota: Segundo capítulo del relato, para ir al primero pulse aquí:  Capítulo 1

Mi situación en este pueblo fue desenvolviéndose hacia una especie de desamparo total con el paso de las horas. Mirase donde mirase, no encontraba un rayo de esperanza al que sostenerme. Todo era soledad, ruinas, y desesperación.

La gente del lugar parecía rehuirme de una manera extraña. Ni si quiera parecían curiosos porque un extranjero como yo, hubiese entrado en su territorio para investigar sobre el lugar. En el momento en que escuchaban mi fuerte acento del este, los lugareños me miraban de reojo y se marchaban sin decir ni media palabra. Solo una señora se dignó a contestarme para ofrecerme una habitación disponible en su posada. Pero, aunque intentó ser sociable con mi persona, se le notaba cierto aire inquisitivo, como si mi sola presencia pudiese desencadenar alguna terrible tragedia de la que quería librarse a toda costa.


En estos momentos de soledad, intento recordarme que si algo fue el desencadenante de mi marcha a Dunwich fue la búsqueda de la verdad. En incontables ocasiones me he encontrado con rumores que llegaban desde sus fronteras acerca de misterios que un razonamiento analítico no puede concebir. Lo que no pensaba es que esos rumores quedarían eclipsados por la más abrupta realidad.

Nunca llegué a imaginar por ejemplo, como algo tan ordinario como las calles de Dunwich, pudiesen estar cimentadas bajo el clima de la preocupación.

Sus vías deslustradas dan cuenta de la poca paz que reina en el corazón de esta tierra maldita. La mitad de las pequeñas tiendas que acampan a ambos lados de la calle, están cerradas, abandonadas a su suerte por alguien que buscó un destino mejor y que no lo encontró en estos parajes. Las personas desaparecidas se cuentan por centenares en los archivos del ayuntamiento, y no hay ninguna fuerza de la ley que investigué el porqué. Todos rehúsan a la hora de enfrentarse a estos hechos. Tan solo he oído decir que unos pocos valientes salen de noche a lo que ellos llaman la caza. Algo muy extraño ya que nunca pensé que la nocturnidad ayudara a cazar nada, y menos en estos terrenos estériles y polvorientos que rodean el lugar.


Pero si tuviese que señalar un punto en el que el misterio alcanza su significado más primitivo, diría que se trata del lago sin duda alguna.
Ese lugar inhóspito alberga una cabaña medio derruida donde los cazadores guardan parte de su armamento. Al parecer solo unos pocos tienen acceso a dicho establecimiento. Se dice incluso, que si te acercas sin acreditación puedes sufrir la muerte más espantosa a manos de cualquiera que se encuentre en los alrededores. Nunca pensé que los habitantes de Dunwich tuviesen humor para crear esta clase de relatos pero lo cierto es que da escalofríos.


Eso es todo por ahora, seguiré informando de mi avance en los próximos días. Si por casualidad acaban en este pueblo desamparado de la mano de dios, no se asusten de los alaridos dados en la distancia, pronto descubrirán que esa clase de cosas son las que te hacen ver que sigues con vida en el infierno.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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jueves, 22 de octubre de 2015

1. El encuentro.

Dunwich siempre había supuesto para mí un rumor, una ciudad fantasma de la que se dudaba si quiera su propia existencia. Sus historias, las que había tomado por inventadas y exageradas, me fascinaban, y como buen investigador me propuse conocer el paraje de la ciudad misteriosa, sin saber que con ello me adentraba voluntariamente en las mismísimas fauces del infierno.

Caí en este desolado lugar de la mano de un silencioso hombre que me recogió haciendo autostop y me dejó en mitad de la nada al amparo de mi sola supervivencia.


El aire era húmedo y pegajoso, y no creí ver gran cosa más que un camino desdeñado en medio de un bosque, así que lo seguí. Caminé lo que creo que fueron unos cinco kilómetros a ojo, hasta llegar a un puente en el que me flaquearon las fuerzas tan pronto como caí en su existencia. Era oscuro, estrecho, y estaba rodeado de la maleza silvestre que crecía a las afueras del bosque.

La sensación de desamparo que emitía, parecía no augurar nada bueno al otro lado. Pero sin más opción, me obligué a cruzarlo con la esperanza de encontrarme algo más habitado a su paso.
Fui con paso firme hacia su desembocadura, y una vez allí procuré avanzar con la mente en blanco, sin pensar si quiera en que los crujidos que emitía la madera pudieran llevarme a una muerte segura.

Dados unos pasos empecé a vislumbrar una pequeña silueta que fue creciendo a medida que la distancia me separaba de la entrada, perfilando un pequeño lugar cubierto por la niebla. Al otro lado del puente se encontraba Dunwich, ese lugar en el que las almas no se permiten llorar al miedo por el propio terror de que algo peor acuda a su llamada, ese pueblo en donde las casas ruinosas y destartaladas se cimientan sobre su terreno abrupto, mientras la iglesia da la bienvenida al sol, con sus columnas semi derruidas por el deterioro natural de la humedad y la desolación.


Este es el lugar en el que me encuentro, por favor, si encontráis este escrito, huid, no me busquéis, puede que para vosotros aun haya salvación, no la desaprovechéis buscando a un pobre lunático perdido en la ciudad bañada por la desolación.
Con afecto.
Tomek Sikorski

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