jueves, 24 de diciembre de 2015

7. Sanatorio de Dunwich (Tercera parte).

Nota: Tercera parte del séptimo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1
Para ir a la primera parte del séptimo capítulo pulse aquí: Primera parte

Pasé los siguientes días en medio de una constante vorágine metodológica. Las enfermeras atendían mis cuidados, y me proporcionaban medicinas diarias que escondía dentro de una almohada auxiliar oculta debajo de la cama. Sabía que algo no marchaba bien en ese lugar, todo su funcionamiento resultaba claramente extraño, y tampoco podría decir que me fiase mucho de sus trabajadores, pero reconocía que hacer algo en estos momentos sería una locura. No me encontraba en las condiciones más óptimas para hacer frente a lo que sea que estuviera detrás de todo este asunto, así que fui paciente y esperé el tiempo suficiente para poder volver a moverme con libertad nuevamente.

Ese día llegó en la víspera de navidad. Mis energías aunque no plenamente, se habían renovado lo suficiente como para poder levantarme de la cama y danzar libremente por la habitación. Desde que me habían quitado las correas me habían dado unos privilegios limitados a la hora de moverme. Mi habitación permanecía abierta a lo largo del día, pero por la noche el cerrojo se imponía en la puerta haciéndome prisionero hasta el amanecer.


Sabía hasta ese momento, a qué hora más o menos, se producía tal fenómeno. Solía ser hacia las diez de la noche, en cuanto me retiraban la bandeja de la cena, y me obsequiaban con la última tanda de medicamentos inútiles que jamás ingería. Ese era el momento decisivo. Si lograba escapar antes de que cerraran la habitación con cerrojo, podría irme tranquilamente, que hasta la mañana siguiente no se darían cuenta de mi ausencia.

El problema residía fundamentalmente, en cómo lograr retener el cierre sin que nadie se enterase. Era fundamental no dejar ni un cabo suelto, no podía arriesgarme a atacar a la empleada encargada del turno de noche, por miedo a futuras represalias. Debía tener el más sumo cuidado para que todo saliese bien. Por ello, el día de nochebuena se me presentó como la noche más factible a todas ellas. Por la mañana, una enfermera con un aspecto un tanto enfermo, vino a informarme de que se celebraría una cena en el comedor central, y dada mi mejoría y comportamiento, podría asistir si lo desease. Me quedé pensativo, sin confirmar nada mientras me realizaba los cuidados diarios. Si asistía, podría salir de esta habitación y con un poco de suerte, ver a Henry, y si se diese el caso, podría esperar el momento oportuno y huir, mientras todos estaban en la cena dichosa. Era el plan perfecto para escapar de ese infierno blanco. Además, así también podría encontrarme con Henry y hablar con él para saber cómo se encontraba, y probar que mis recuerdos eran ciertos.

Al confirmarle mi asistencia, la enfermera me apuntó en una especie de lista que llevaba encima y me dio la información necesaria para asistir a la comida, a la que, por causas del destino, nunca acudiría. Debía de ir por un pasillo concreto sin desviarme a las nueve en punto para llegar a tiempo al reparto de mesas. Parecía algo sin sentido que me dejasen campar a mis anchas por el hospital después de lo ocurrido, pero al salir de mi habitación para encaminarme al comedor, supe el porqué de esta decisión.

Según crucé la puerta me encontré con un pasillo oscuro, y sin vida. No tenía nada que ver con la simpleza que reinaba en mi cuarto, en él se encontraban carritos, papeles y lo más sorprendente, campanillas de aspecto bastante deteriorado, por el suelo en un caótico desorden.

El silencio era aplastante, y en el aire podía notarse un cierto matiz a carbón. Sea lo que fuera esta planta, poco tenía que ver con la de un hospital. No se veía a nadie por los alrededores, por lo que avancé yo solo, con cuidado de no tropezar con ningún objeto hasta llegar al final del pasillo donde se encontraban unas escaleras que solo ascendían. Debía estar en una especie de sótano. Me encaminé hacia ellas, y en cuanto me dispuse a abrir su puerta de acceso descubrí que estaba encallada. Era imposible de abrir. Con resignación, seguí intentando desatascarla pacientemente mientras las palabras del doctor Hyter me venían a la mente: - “El señor Jameson se encuentra en la segunda planta del sanatorio”. Si lograba acceder a ella, podría ver a Henry antes de la cena, e idear un plan juntos sin que nos descubriesen.


Después de comprobar que la puerta no podía ser abierta de ninguna de las maneras, me dispuse a enfocar mi camino hacia la segunda planta por otros medios. El pasillo apenas tenía visibilidad, y comenzaba a sentir un frío incómodo. Algo no iba como debería en esa clase de sala. Podía sentir el mal acechando en cada esquina, pero si quería centrarme en salir de aquí, debía ignorarlo.

Busqué algo que me indicase la salida cuando di con una especie de tablón de información en el otro extremo de la pared. Me acerqué y en cuanto estaba fijando mi vista en una especie de mapa cubierto de una suciedad intensa, un crujido resonó a mis espaldas entre la profunda oscuridad.
Sin saber muy bien el porqué de su origen, ladee la cabeza en busca de su procedencia. Creía que no había nadie más en esta planta, pero no sería de extrañar que algún sanitario deambulase por la zona para comprobar que todo estaba en orden. Busqué con la mirada algún signo de vida entre esa perpetua quietud, pero no había nadie. Estaba completamente solo.

Con cautela, di media vuelta y me quedé observando el oscuro pasillo. Estaba tan poco iluminado que apenas podía vislumbrar la doble puerta que daba al lado contrario, y desentonaba enormemente con el resto de la sala. Estaba tan absorto en subir a la cena, que no me había percatado de su presencia. Intrigado, me dispuse a ver que había al otro lado de su entrada pero entonces otro sonido, más fuerte que el anterior, resonó en su interior.

Me quedé petrificado en el acto, parecía que alguien estaba manipulando la puerta desde dentro. Intenté buscar un escondrijo rápidamente con la mirada por si la puerta era echada abajo, pero el tiempo corría en mi contra. Los ruidos comenzaron a ser consecutivamente simétricos. Como si alguien estuviera utilizando su cuerpo como arma arrojadiza contra la presión del pórtico. No podía seguir buscando, necesitaba moverme urgentemente. Con una apresurada carrera intenté regresar a mi habitación, pero alguien había cerrado la puerta con llave. No podía creer lo que estaba pasando. Nadie había estado en el pasillo mientras yo me encontraba fuera. ¿Cómo habían logrado echar la cerradura sin que yo me percatase de su presencia? Mientras intentaba buscar una explicación lógica a todo esto, la puerta crepitaba con cada sonido haciéndola vencer un poco más cada vez. Estaba perdido. Intenté sin éxito imitar a mi acosador y romper la puerta de mi habitación, pero estaba demasiado débil como para lograrlo, así que cambié la dirección de mi plan, y me dispuse a correr hacia las escaleras para poder huir a la planta superior, pero en cuanto me di la vuelta, la puerta quebradiza fue vencida, y de ella salió un grito familiar que exclamaba mi nombre.
Era Henry, y no estaba solo.
Continuará...
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