viernes, 27 de noviembre de 2015

6. Extraños visitantes (Primera parte).

Nota: Sexto capítulo del relato, para ir al primer capitulo pulse aquí:  Capítulo 1


Intenté levantarme pero mi anatomía estaba demasiado dañada como para obedecer órdenes. No lograba mover ni un músculo de mi cuerpo. Grité para que alguien acudiese en mi ayuda pero nadie salió a mi encuentro. Fuera quien fuese quien me hubiese rescatado no se encontraba a mi lado en estos momentos. Me sentía cansado, y apenas podía mantener los ojos abiertos, así que vencido por mi estado físico, me dejé caer en la inconsciencia con los ojos entrecerrados.

Mientras me hundía en mí mismo, notaba como la estancia se abría paso ante mí, a través de mis sentidos agudizados por la penumbra que reinaba en el ambiente. Olía a humedad, a madera, y a lo que parecía ser ceniza. Aunque no sabría discernir de donde venía cada efluvio. Era incapaz de vislumbrar más allá de lo que la luz de la ventana me dejaba entrever.

El sonido de un teléfono resonando en la lejanía me acompañaba, o eso creía escuchar. Mi mente estaba demasiado nublada para encontrarse plenamente en una consciencia natural. Dormitaba a cada rato que pasaba, y me despertaba aterrorizado por la tensión que aún seguía carcomiéndome por dentro.


A pesar de saber que estaba solo, sentía como si alguien me estuviese observando desde la lejanía, analizando mi situación. No podía detener el pensamiento de que en cualquier momento, una de esas horribles criaturas me asaltaría para darme muerte. No podía seguir con esa ensoñación tortuoria, así que, ayudándome con lo que parecía una mesa que estaba a mi lado, me levanté con dificultad y busque a tientas el interruptor de la luz para poder iluminar la estancia.

En cuanto se alumbró la habitación me di cuenta de que estaba equivocado en mis predicciones. La cabaña era completamente diferente a como me la esperaba. El olor a ceniza que creía haber detectado, no era tal, sino más bien olor a pólvora. Pistolas, fusibles, y todo tipo de munición colgaba de las paredes como si se tratase de un escaparate. El desorden en general, reinaba en el ambiente. Viejos papeles, velas, y demás utensilios estaban desperdigados por el lugar. Fue un esfuerzo dado el desorden y mi condición física, sortearlos sin causar algún desastre. 

Con dificultad me moví por la estancia hacia una ventana para poder ubicarme en las desconocidas lindes del pueblo. Me encontraba a las orillas del lago, justo en frente de la cabaña de los cazadores que había descubierto en mis primeros días en el pueblo.

Por lo que el hueco me dejaba entrever, si avanzaba en diagonal por un camino sinuoso podría llegar hasta mi hogar. Parecía sencillo. El problema estaba en los seres que me había encontrado con anterioridad. Podrían seguir al acecho en cualquier rincón del bosque. Necesitaba poder localizarlos desde la lejanía para buscar una ruta alternativa. 

Mi primer instinto fue inspeccionar los alrededores a través de los cristales, pero mi visión desde ese ángulo era demasiado limitada. No lograba vislumbrar más de una parte de la facción que me rodeaba. Si quería observar en conjunto los diversos caminos que se pudiesen aprovechar, necesitaba situarme en el exterior.

Sabía que era arriesgado, era plenamente consciente de que no era la opción más segura para un momento como este, pero tenía que hacerlo si quería marcharme de este lugar. Así que, armándome de valor y de una pistola que encontré colgada en el lugar, me aventuré a salir a la entrada de la cabaña a idear un plan de escape que me llevase de nuevo a mi morada. Pero justo cuando abrí la puerta principal, una figura envuelta en la oscuridad estaba al otro lado, con una vieja hacha ensangrentada colgando de su mano. En cuanto me vio, no hizo gesto alguno de sorpresa, solamente se limitó a decir: -”¿tan pronto deseas morir?”-.


Mi primera reacción fue apuntar torpemente, con la pistola a la figura misteriosa. No había disparado un arma en mi vida pero había vivido lo suficiente como para que esos juicios moralistas quedasen relevados a un segundo plano cuando la supervivencia estaba en juego. 

Sin embargo, mis actos no parecieron tener la más mínima repercusión en su templanza. Al verme encañonarlo, la extraña figura retiró sin esfuerzo el arma de su cercanía y entró sin premura en la cabaña descubriendo con ello, su identidad.

Al verlo me quedé estupefacto. No podía salir de mi asombro. Reconocía a aquel hombre, vivía conmigo en la posada en la que me hospedaba. Incluso nos había tocado juntos en el reparto de las barricadas, en el fatídico día donde el pueblo fue atacado durante la noche, junto con la posadera en el sector este de la casa. 

El también parecía haberme reconocido, entró en la cabaña saludándome con un ademán airoso, y al ver que la sorpresa reflejada en mi cara no se esfumaba, se paró a tenderme la mano y se presentó.

Al parecer se llamaba Henry Jameson, y era habitante de Dunwich desde que tenía uso de razón. Parecía familiarizado con las armas, y con las heridas, ya que él mismo parecía sacado de una guerra sin cuartel, y tenía una extraña cicatriz a un lado de la cara que daba cuenta de que no siempre había salido victorioso de sus batallas. Sin dar una explicación sobre lo que le había ocurrido, avanzó entre los trastos esparcidos por la sala, y me ofreció un trago en esa fría madrugada impoluta.

- “Sabía que algo así terminaría por ocurrirte”- me dijo mientras colocaba un vaso de un licor blanquecino a mi lado- “se lo comenté al ama de llaves en cuanto te vi levantarte a salvar a esa pobre muchacha. Menuda desgracia”. - de un trago logró beberse el licor con una asombrosa facilidad. Intenté imitarle en desmedida dando un pequeño sorbo, pero enseguida retiré el vaso de mi boca. Parecía como si me estuvieran rociando con fuego la garganta. Al ver mis estremecimientos pareció divertirse, y en tono jocoso me soltó- “vaya, ¿tú no eras del este? Creí que un trago de licor de patata te despejaría las ideas. Vamos, que no se diga, esto es salud para el corazón”.- y con otro ademán siguió bebiendo arrastrándome con él a la neblina de la conciencia.


En el tiempo que estuvimos hablando me puso un poco al día de todo lo ocurrido. Él estaba en la cabaña preparando sus armas cuando escuchó unos ruidos en el exterior, salió a ver qué ocurría y me encontró medio colgando de un abeto a unos metros del suelo. Me recogió y trató mis heridas con más alcohol de patata, y fue a dar caza a mis atacantes para que no tuvieran la opción de bajar a las cabañas. 

Este último dato me dejó totalmente descolocado. Me parecía increíble que hubiese podido dar caza a esas dos criaturas solamente con el hacha que llevaba en la mano. Pero al parecer, lo hacía de continuo junto con el grupo de personas denominados “los cazadores”. Juntos, velaban en sus posibilidades en pos de que las criaturas no alcanzaran el pueblo. Aunque les resultaba francamente difícil porque según sus palabras no estaban solas. Eran los peones de algo más grande. Un ser que tenía el control sobre los horrores sucedidos en el pueblo. 

- “No puedo contarte nada sobre él. Literalmente, no tenemos ninguna información sobre su condición física, su apariencia, o sus costumbres. Ni si quiera parece tener un nombre. En los escritos de los antiguos cazadores solo se advierte de una criatura marina espantosa. Por eso cerramos el lago hace años. Pero sobre este infierno terrenal no hay nada escrito. Nadie que lo haya visto ha regresado jamás. A lo largo de estos años hemos barajado muchas teorías pero poco sabemos de su existencia en realidad. Solo sabemos que ese enjambre de monstruos son los encargados de hacerle el trabajo sucio” - Su resentimiento crecía al entrar en detalles. Parecía claramente amargado por la situación. No le culpo, yo apenas llevaba un mes en este pueblo escabroso, y apenas podía aguantar más sus locuras como para haber crecido entre este espanto.

Intenté preguntarle más acerca de las calamidades que sufría el pueblo y que yo todavía desconocía pero no accedió a contarme más. Estaba a punto de amanecer y dijo que sería mejor hablarlo en la posada con un buen desayuno. Accedí. Dado mi estado actual, no creía que pudiese mantenerme mucho más en pie con las horas que había pasado.

Con gran esfuerzo me preparé para el retorno ajustando mis vendajes para que el viaje se me hiciera más ameno, pero justo cuando Henry me ayudaba a fijar las heridas de mis piernas para que pudiese caminar sentimos un ruido hueco fuera de la cabaña. Extrañados fijamos la vista en la ventana del fondo. En ellas se vislumbraban una veintena de criaturas al otro lado de la pared, y como descubriríamos más tarde, no estaban solas.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario