Para ir a la primera parte del treintaicincoavo capítulo pulse aquí: Primera parte
- “¿De qué estás hablando, Peep? ¡Yo no le he hecho nada
ni a Cameron ni a nadie en esta aldea!”- En cuanto el cazador me expuso su
acusación no pude frenar el avance de estas palabras en respuesta sin
importarme si quiera el hecho de que su arma siguiese apuntando a mi pecho a
modo de amenaza. Estaba tan súbitamente alterado por el agravio de sus dichos
que quise defenderme lo antes posible para que no pendiera sobre mí tal losa
que intentaba colocarme sin motivo alguno.
Podía llegar a comprender que al ver la dantesca escena que
se mostraba a mis espaldas, se pensase que tenía algo que ver debido a que
nunca confió plenamente en mis propósitos. Pero de ahí a señalarme como el
autor de algo que ni si quiera se había producido ya clamaba a lo absurdo de la
situación. Por ello, después de defenderme de sus crueles misivas me lo quedé
mirando tensamente, enfrentándole orgullosamente con mi acto en un intento de
que pudiese entender que no temía a sus falsedades, mientras me respondía con
la siguiente letanía.
-“Estás tan enfermo que ni si quiera te das cuenta de tus
acciones. Mira hacia la aldea e intenta buscar una excusa a lo que tú mismo has
causado para autoconvencerte de que no eres un chiflado que hace de las suyas
en el momento en que los demás no estamos ahí para frenarte”-.
Mientras me hablaba con una voz que parecía contener una
gran furia acumulada, me señaló hacia la lejanía donde la inclinación de la
ladera daba finalmente al cúmulo de casas de donde había salido en mi huida,
antes de embaucarme en el desastre del claro que hacía de puente entre la
anterior posición y la actual, teniendo como referencia el lugar en donde me
encontraba en estos momentos.
Seguido pues por su mandato, intenté observar lo nombrado
con cautela por si se trataba de alguna trampa, girando levemente la cabeza en
la dirección deseada para observar al fin, como había quedado el poblado tras
el paso de ese ser que nos había amenazado a todos con su presencia.
Antes incluso de ver la resolución de los hechos en ese
área del campo ya podía imaginarme que no sería una visión agradable para
nadie, pero cuando al fin enfoqué la mirada en mi principal objetivo pude
contemplar como mis cavilaciones se quedaban cortas ante la absoluta aberración
que se postraba ante mí con sus entrañas al descubierto.
Si necesitara tan solo una palabra para describir la
situación de la aldea supongo que utilizaría la definición de destrucción. Al
menos eso era lo que podía intuirse a ambos extremos de su perímetro en el modo
en que las casas, los caminos, y algún que otro cultivo habían sido arrasados
por la fuerza que la criatura había aplicado tras sus mortecinos pasos,
llevándose consigo toda la fe y la esperanza que aquella pobre gente depositaba
en su duro trabajo cada día.
En cuanto pude visualizar la tragedia en medio de la
tremenda negrura que nos envolvía, mi corazón albergó un gran pesar por esas
personas que en dichos precisos momentos seguían confinados sin dar señales de vida,
esperando a que el peligro pasara con el tiempo para poder así evaluar los
daños y las pérdidas dadas. Me encontraba pues, yo solo ante la otra amenaza
que se mostraba desafiante delante de mí, en un intento de quitarme de en medio
tan solo por el hecho de que me encontraba en el momento y en el sitio menos
indicados para dar cuenta de mi verdadera inocencia.
Al ver a lo que se refería sabía que podía tener la
conciencia tranquila, ya que como cabría esperar en cualquier persona
razonable, esos destrozos no los había podido ocasionar alguien de mi
envergadura armado tan solo con un hacha tan sumamente simple. Me defendí por
tanto serenamente de su ataque, haciéndole ver que sus dichos eran meras
ilusiones causadas por su mente cegada por el odio y el rencor que procesaba
hacia mi causa, desde hacía bastante tiempo atrás.
-“Peep lo que estás diciendo no tiene sentido alguno. Tú
mismo puedes comprobar que esa devastación fue realizada por algo sobre humano,
yo jamás habría podido ocasionarla y menos en el estado en el que me encuentro
en estos momentos. Si me dejas, te llevaré ante el chico y juntos podremos
avisar a Magda de que estamos bien, y buscar a Jason que aún sigue
desapareci…”-.
No me dio tiempo a acabar si quiera mi argumento. En
cuanto Peep atisbó el significado de mi idea ante el asunto común que nos
concernía, disparó su arma en mi dirección sin aviso alguno, errando en el
disparo por escasos centímetros. No sé bien si este hecho fue causado a posta,
o si bien lo hizo a causa de la escasa visibilidad que nos estaba afectando a
ambos. Tan solo pude ver que, al darse cuenta de que había errado el tiro, alzó
la voz totalmente desquiciado, dándome a entender que toda mediación quedaba
descartada en dicho momento, al no ver más allá de querer acabar inmediatamente
con mi persona.
-“¡No me vengas con más sandeces de las tuyas! Habrás
acabado con Cameron pero jamás dejaré que les hagas daño al resto. ¡Morirás
aquí y ahora maldito bastardo!”-. Y con tal misiva se desató otra especie de
locura en mi acusador llevada por la pena y el afán de protección que, en otras
circunstancias, seguramente yo hubiera abanderado de la misma manera si
sintiera que mis seres queridos estaban bajo el yugo del enemigo que tenía en
frente en dichos instantes.
En respuesta, eché a correr bordeando la delimitación de
la ladera con el acantilado en un intento desesperado de distanciarme de su ira
recordando los viejos consejos que me había dado Jason en alguna que otra
ocasión, cuando mi persona aún ni sabía disparar un arma de fuego. –“Si alguna
vez te ves envuelto en algún tipo de altercado con balas de por medio”- me dijo
–“intenta mantener la cabeza fría, y no te olvides de hacer zigzag para que al
contrincante le sea más difícil darte en tu huida”-.
Era algo asombroso pero mientras comenzaba a correr para
librarme de mi agresor, estas palabras fluyeron instantáneamente como un
torrente sanguíneo hacia mi mente, sabiendo incluso que aunque hubieran sido
modificadas por mi memoria, ya que Jason siempre había sido más directo
hablando de lo que yo lo sería jamás, me servirían totalmente de utilidad en
estos momentos. Así que, sin dudar en mi intento, lo puse en práctica al
instante. Comencé a moverme por las entrañas del bosque zigzagueando, haciendo
con ello que Peep errase en sus disparos de una manera considerable.
Mientras intentaba librarme de él me di cuenta de que si
una cosa me había enseñado el estar con ese meticuloso compañero, era que sabía
a la perfección como iba a tratar de darme en el momento en que creyese que me
tenía a tiro. Ni antes ni después. Por eso, en cuanto oía el sonido de la
recarga de su arma, me movía espontáneamente para uno de los lados sin seguir
patrón alguno para que no pudiera tenerlo en cuenta para la próxima tirada.
Estos audaces actos enervaban al cazador, haciéndole
lanzar improperios tras el seguimiento hacia su objetivo, a la vez que por mi
parte me sentía de lo más orgulloso al apreciar que algo me salía finalmente al
derecho en esta horrible noche por la que estaba pasando. Ojalá estuviese Jason
o Henry por los alrededores para poder verlos igual de dichosos con mis
progresos, mientras me echaban una mano para hacer entrar en razón a este
hombre tan necio. Ojalá Henry estuviera por los alrededores a secas, para poder
hablarle aunque fuera un segundo en medio de esta locura, para poder al menos
alejar mi mente del eterno pensamiento sobre lo mucho que me estaban ya flaqueando
las fuerzas. Ojalá no me hubiera dado aquel golpe en el pecho que ya me hacía
desfallecer, sintiendo que me ardían los pulmones en cuanto cogía el aire que
me faltaba cada vez con más intensidad. Ojalá no me hubiera dado ese ataque de
tos que me hizo perder la concentración, llevándome consigo el disparo
correspondiente en el costado de la cadera. Ojalá no me hubiera desplomado tras
el impacto necesitando cada vez más oxigeno del que me llegaba tras mis
aspiraciones quejumbrosas, mientras Peep se me acercaba impasible hacia la zona
donde me encontraba rallada por la luz que reflejaba la luna en la superficie,
haciendo de ese emplazamiento, el sitio más mortecinamente bello que podría
acabar siendo mi último lugar visto en el mundo.
Dichos pensamientos fueron los efectuados desde mi repentina
huida hasta mi posterior caída en los suelos más elevados del bosquejo. No sé
cuánto tiempo trascurrí tumbado en el suelo, pero sabía desde el primer momento
en que sentí mi peso contra él, que no podía hacer nada más en mi paupérrima
posición, en donde tan solo utilizaba todas mis fuerzas para seguir respirando.
Me palpé pues el pecho para intentar controlar mis
quejidos en un intento de controlación para poder al menos incorporarme, y ahí
estaba, como si de una broma se tratase, el bulto que sobresalía de mi
bolsillo, sabiendo que la piedra de los demonios como Jacob la había apodado,
estaba ahí recordándome sus duras palabras –“Es contigo con quien viajan las
desgracias”- ¡quién me iba a decir que iba a acabar admitiendo que ese impostor
iba a tener por fin alguna razón en su vida!.
Mi abrumada conciencia se veía tan cerca de su final que
una risa suave comenzó a surgir de mis labios mientras Peep, que al verse
triunfante ante nuestro enfrentamiento se estaba acercando suavemente a mi
persona, no pudo evitar aparcar su curiosidad a un lado, preguntándome el
porqué de mi repentino cambio de humor. –“¿Se puede saber de qué te ríes ahora,
maniaco?”-
En cuanto sus palabras fluyeron a través del aire que nos
rodeaba, yo ya me encontraba acariciando la piedra entre mis dedos sin sacar la
mano de mi pecho. Todo era tan surrealista que ni si quiera me entraban ganas
de exponer mis pensamientos. Tan solo quería ser yo mismo quien decidiese al
menos morir con honor en estos pocos minutos que me quedaban. Por eso, para
realizar un último acto de rebelión más que de un pobre intento de salvamiento,
le lancé a Peep la piedra a la cabeza sin ningún miramiento en respuesta. Tan
solo para no irme sin haber dado el último coletazo a mi propia causa llena de
sueños y esperanza.
Sin pretenderlo logré darle cerca del ojo, haciendo que
Peep se llevase la mano a la cara más sorprendido que dolorido, mientras en un
arrebato de furia disparaba al azar haciéndome rodar torpemente para
esquivarlo.
No sabía a donde me estaba conduciendo mi esquive hasta
que vi que mis piernas habían alcanzado ya el borde del abismo que conectaba
con el claro a una altura visiblemente superior a la que habíamos alcanzado
antes de nuestro extraño combate. Me sorprendió ver lo lejos que habíamos
llegado en nuestra monserga pero claramente ese no era el momento para pensar
en nimiedades, dado que Peep se encontraba ya resuelto del impacto inicial, y
observando mi nueva posición a través de su mano apoyada todavía en la frente,
volvía a la carga para rematarme de una vez por todas en ese mismo instante.
Fue por ello, que viendo tan cerca mi muerte decidí de
manera más liberadora que escapatoria, acabar de lanzar mi maltrecho cuerpo por
el acantilado para al menos ser yo quien acabase con todo eso con el poco valor
que me quedaba.
Mientras me deslizaba por el bode hacia el implacable
descenso que me aguardaba, pude acordarme de como la primera vez que había
realizado tal temeridad había conocido a Henry el cual, al haberme visto caer,
había acudido rápidamente en mi ayuda salvándome con ello la vida. Esta vez sin
embargo, a pesar de haberle visualizado momentos atrás, tenía la absoluta
certeza de que no vendría a mi rescate una vez más. Aunque al menos me sentía
dichoso de poder acabar de una manera en que mis últimos momentos fueron
compartidos con él, aunque fuese solamente en lo más profundo de mis recuerdos.
Peep pareció desistir también al ver mi último acto de
osadía pues, por el silencio que ya reina en el ambiente puedo asegurar de que
no fue posteriormente a la falda de la ladera a buscarme para saber si tenía
que acabar el trabajo que el mismo había empezado.
Yo por mi parte, me encuentro en estos momentos enganchado
a las raíces de un árbol a medio camino del suelo tras haber experimentado una
progresiva caída llena de vueltas y tropiezos, que acabaron de rematar mi
cuerpo malherido donde no puedo si quiera diferenciar las extremidades que
están malheridas de las que no.
Apuro pues mi débil desvelo, en un intento dar rienda de
lo ocurrido de esta manera caótica en mi diario, por si alguien se encontrase
mis pertenencias en estos días que se sucedieran a mi posterior reposo eterno
alejado de este maravilloso mundo.
Si usted es el descubridor de este cuaderno necesito
justificarle que todo lo que he hecho a lo largo de este extenso recorrido ha
sido con absoluta bondad, voluntad, y la mejor de las intenciones. Si a alguien
haya podido ofenderle tal designio créame que lo siento pero no cambiaría ni un
ápice de mis actos por mil vidas que me ofreciesen a cambio de mi renuncia.
Les desea sinceramente lo mejor a todos.
Tomek
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