viernes, 17 de marzo de 2017

40. Descubriendo la verdad.

Nota: cuarentavo capítulo del relato. Para ir a la primera parte de la novela pulse aquí: Capítulo 1


Me desperté en una fría habitación de hospital sin ni si quiera tener consciencia de dónde, o como había llegado a un lugar como este, después de todo lo que había ocurrido.

Lo último que recordaba es haberme lanzado a la muerte en un último acto para escapar de las garras de Peep, el cual había ido a por mi persona desde que me había encontrado en aquella noche fatídica, donde nada había salido como debiera.

Después de eso llegó el ahora en una especie de confusión y dolor, que embotan mi mente hasta el punto de no recordar detalles tan mundanos sobre en qué país estoy, o como se llaman las ataduras que rodean mi cuerpo para que no pueda moverme. Esto es algo que jamás me había sucedido antes, ya que siempre he podido gozar de un buen léxico, a la par de una gran memoria para recordar todos y cada uno de los aspectos que me rodean. Sin embargo ahora es distinto, mi concentración tiene que aumentar para poder identificar cosas que en otras ocasiones habrían sido conocidas de inmediato.

Como si me leyeran la mente acerca de este asunto, cuando una mujer que me parecía vagamente familiar apareció por la puerta de mi habitación, y vio que estaba consciente, lo primero que hizo, a parte de comprobar mi cuerpo lleno de vendajes, fue preguntarme por mis conocimientos acerca de mis identificaciones, tal como mi nombre completo, edad, y dirección, junto con algunas cuestiones más concretas sobre mi estancia en este pueblo, dejándome absolutamente perdido en algunas partes de la conversación.


Es curioso porque puedo rememorar a la perfección la cara de Peep intentando dispararme en nuestra persecución, la adrenalina que recorría mi cuerpo en esos momentos, el pánico de ser alcanzado, etc. Pero por otra parte, me cuesta dar con la causa de todo ello. Sé que estaba protegiendo a alguien, pero ¿a quién? ¿Era a Cameron? Sí, creo que sí. Yo estaba en una casa con Cameron cuando nos atacó una de las criaturas. Sí, esas bestias estaban por allí. Las recuerdo muy bien, pero no quise decirle nada a la mujer sobre ellas. Debía mostrarme cauteloso con esa gente hasta que fuera conectando las demás piezas del puzzle que andaban sueltas, así que fui cuidando mis palabras hasta que pareció satisfecha con el resultado. Fue entonces cuando acabando de dar las últimas notas de mi estado en su carpeta, me dijo distraídamente.

-“De acuerdo, señor Sikorski. Con esto ya está todo. Iré a comunicarle al doctor Hyter que se encuentra consciente para que él mismo pueda evaluar su estado de salud actual más detenidamente. Usted procure descansar mientras tanto. Le esperan unas jornadas un tanto agotadoras. No. No puedo decirle más. Hasta más ver señor Sikorski”-.

Sin más oportunidad de réplica se fue, y me dejó otra vez solo con mis pensamientos. Al oír el nombre del doctor creí que todo esto era un producto de mi ensoñación. No podía ser real, yo mismo recordaba a ese hombre siendo encerrado con esa enorme monstruosidad, mientras Jason y yo sujetábamos la puerta para que no pudiese escapar.

Jason. Me pregunto cómo estará, si esto es real al fin y al cabo. Si lo que decía la médica era cierto, me encontraba de vuelta al sanatorio con Hyter resucitado. Esto no podía ser más absurdo pues, en mi mente, ni el médico estaba vivo, ni tenía la duda de que los testaferros me diesen muerte en cuanto me encontrasen, en vez de hospitalizarme. Nada de esto parecía tener el más mínimo sentido. Por eso, en cuanto vi que la puerta se abría de nuevo para revelar una gran figura atlética, que conocía muy a mi pesar, la cual ya me saludaba con su habitual –“Buenos días, señor Sikorski, ¿cómo se encuentra después de haber sufrido una fatalidad de tal calibre?”-. Tan solo pude contestar –“Estoy muerto, ¿verdad?”-.


Al escucharme el hombre rio para sí sin dejar de ojear unos apuntes que seguramente le había pasado su compañera, la que debía ser la hija de Magda. Claro, ahora me daba cuenta. Esa debía de ser Rose. La compañera del médico que ahora examinaba mis constantes vitales distraídamente, mientras me contestaba apáticamente a mi pregunta.

-“No señor Sikorski, no está muerto. Aunque esta vez le ha faltado poco para ser sinceros. Tiene usted ese impulso suicida que solo es compensado con su buena suerte. Mis compañeros le encontraron inconsciente en medio de la noche, y lo trajeron al sanatorio de inmediato. Si no llega a ser por su actuación ahora mismo sí que no se encontraría con nosotros, así que recuerde darle las gracias cuando les vea”-.

Tras dichos ecos Hyter siguió examinándome como si nada, pero a mí ya me ardía la sangre por dentro. Esa soberbia que le caracterizaba era algo que nunca había podido soportar en su persona, por lo que saltándome el protocolo de mis buenos modales le contesté sin miramientos. –“El que es un milagro que esté vivo es usted, después de que en nuestro último encuentro. Recuerdo haberle abandonado en una situación más delicada de lo que seguramente le hubiera gustado en un principio. Dígame, ¿cómo se las apañó para salir de esa situación con vida?”-.

Sabía que mis palabras llevaban un tono socarrón totalmente impropio de mi persona, pero en esos momentos me daba lo mismo. Ese hombre, por mucho poder que tuviese en el lugar no me iba a achantar con sus monsergas. Por ello, no me retracté, ni intenté explicarme mejor ante la persona que seguía a su labor ajeno a todo. Tan solo esperé pacientemente a que se dignase a responderme con tales palabras.

-“Como siempre señor Sikorski su imaginación me asombra de tal manera que ni yo mismo acierto a creer en ese especie de talento que tiene para inventarse esa clase de historias rocambolescas. Su incapacidad para distinguir lo que es real de lo que no, vuelve a jugarle una mala pasada pues yo siempre me he encontrado a la perfección. Le agradezco no obstante, su preocupación a pesar de todo. Es bueno saber que me tiene tan en cuenta. Aunque, por lo que he leído, su fijación hacia mí está algo desatada. Debemos trabajar ese aspecto si no queremos tener algún que otro disgusto innecesario, ¿no cree?”-.

Mientras me relataba esas sandeces que acostumbraba a oír de su boca, una duda recorrió mi mente al escuchar la información que estaba recibiendo en dichos momentos. Al oírle giré como pude mi cabeza para intentar tenerle más frente a frente, y le pregunté sin mesura, -“¿Leer? ¿A que se está refiriendo, doctor Hyter? ¿Es que acaso han realizado otro de esos informes llenos de falacias para dejarme internado de por vida en algún mal lugar?”-.

En cuanto me escuchó su sonrisa se ensanchó a modo de triunfo tras mis palabras. Estaba claro que llevaba esperando ese momento desde que había irrumpido en mi habitación. Este no me contestó de inmediato. Se tomó su tiempo en levantarse y posar todos los artilugios que estaba utilizando, para poder así meter la mano en su bata médica, mientras me decía. –“No señor Sikorski ha sido usted mismo el que me lo ha relatado de una manera un tanto, “diferente””-.


La enfatización final quedó relevada a un segundo plano cuando extrañado, pude ver como sacaba un viejo cuaderno de su bolsillo que reconocería hasta en el mismísimo infierno. Era mi diario. Estaba seguro de ello. Con estupefacción intenté sin éxito moverme para recuperarlo, pero obviamente mis ataduras me lo impidieron. Tan solo pude quedarme obligatoriamente en mi sitio, viendo como Hyter jugaba distraídamente con mi trabajo acumulado en todo este tiempo que llevaba en este lugar.

-“Es curioso, ¿sabe, señor Sikorski? Si en todo este tiempo alguien me hubiera dicho que había elaborado tal documento con tanto mimo de detalle, le hubiera tratado de demente. Es increíble cómo puede llegar a darme la razón directa, e indirectamente, en muchas de mis valoraciones psiquiátricas tanto de usted como del resto de su grupo. Creo que se ha fijado tantísimo en mí, que hasta ha aprendido algunas pinceladas sobre mi campo. Es algo fascinante. Aunque que haga tanto hincapié en mi físico hace que me vea en la obligación de informarle que en mis gustos íntimos no entran los hombres, así que siento si le decepciono en ese aspecto, señor Sikorski. Oh vaya, no me venga con esas, pensaba darle su cuaderno para que echase un vistazo a las novedades que ha habido en su ausencia. Tenga, aquí lo tiene. En cuanto se calme mandaré que le desaten el torso, y los brazos, para que pueda ojearlo”-.

Tras este veneno expulsado por su boca en forma de socarronería, me dejó el diario encima de mi mesita, mientras yo ya le increpaba por sus palabras anteriores. –“Deje al resto en paz. Ellos no saben ni siquiera que existe tal objeto. Solo yo soy el causante de las palabras expuestas en él. Pagaré por ello si hace falta, pero no los toque, o se arrepentirá”-.

Mientras me oía Hyter se sentía totalmente pletórico riéndose suavemente a mi costa. Con una mano intentó echarme el alto, a la vez que negaba con la cabeza para hacerme ver de la manera más desoladora, que efectivamente esta vez sí estaba errado en mis deducciones.

-“Señor Sikorski tranquilícese que es malo para su salud someter a su cuerpo a tales tensiones. Verá, lleva usted como tres semanas en coma, por lo que ha sus queridos compañeros les ha dado tiempo de mover ficha en su ausencia. Sobre todo al señor Jason Alvery que fue quien de primeras encontró este cuaderno. Sí. No le miento. Fue él. Lo tiene expuesto en los últimos capítulos que, como ese hombre goza de una incansable ociosidad, se leyó de una tirada sus escritos y quiso, a su manera, continuar con su causa. A los que sí tenemos cosas importantes que hacer, nos llevó más tiempo el leer todo el entramado. En mi caso hace escasamente una semana que al fin pude terminarlo por completo. Sí. Sabía que me iba a preguntar por su paradero en cuanto le contase este dato revelador, pero me temo que al igual que hace tiempo, cuando se despertó en este mismo lugar conmigo al cargo, tengo malas noticias para usted. Su querido amigo Jason Alvery ha fallecido mientras usted aún se encontraba en coma en este hospital”-.

Continuará en el futuro…

No hay comentarios:

Publicar un comentario